sábado, 14 de noviembre de 2020

Ambedo y volver otra vez

 

Me traía especial melancolía observar la luna y las estrellas por la noche, volver a casa empeoraba esa sensación de haber perdido el anhelo de ir y volver por entre las cosas que siempre había amado, me sentía completamente lejano a todo lo que me rodeaba y la vida no parecía realmente algo por vivir. Pero un día descubrí que desde hacía un tiempo había alguien más, una mujer, sus ojos, y una alegría tímida que intentaba tomar presencia en mi cabeza, donde no quería que tuviese espacio.

Yo ya me entendía lo suficiente como para saber que estaba volviendo a sentir algo que pensaba conocer lo suficiente, pero el amor puede tomar nuevas formas una y otra vez. Mientras la vida se nutre de nuevos hábitos, canciones, sabores, aromas y todo aquello que nos conecta a este mundo, el amor se enlaza profundamente en cada recuerdo que esto nos deja, y luego ya no puedes separarlo, es demasiado tarde.

Por algo completamente humano, tenemos la tendencia a esperar que aquello que anhelamos llegue a cumplirse, el deseo muchas veces tiene que ver con la posibilidad de que algo suceda y por tanto esperamos que nuestros esfuerzos valgan la pena, es en esta ilusión que solemos perdernos, a veces queremos tanto que algo sea posible que nos negamos a ver cómo funciona el mundo.

A medida que conocemos personas vamos almacenando recuerdos y emociones que nos conducen a entender a cada cual de forma distinta, a establecer importancias, prioridades y depositar esperanzas en el otro, es natural, más allá de intentar no esperar nada, siempre sucede así. De pronto descubres que volviste a equivocarte, situando a alguien en un lugar que no desea ocupar, atesorando recuerdos que solo son importantes para ti y finalmente entendiendo que estabas mucho más solo de lo que creías.

Entender estos acontecimientos puede ser especialmente doloroso, de golpe todo aquello que se ha hecho, que se ha dicho e incluso que se ha sentido pierde valor, se relativiza en las dudas, el rechazo y la nula esperanza de conducirlo a buen puerto, en ello la tristeza y el desconcierto toman presencia justo ahí donde debería haber felicidad, como una permanente lluvia situada en primavera, lavando los aromas y arrastrando los pétalos al suelo cuando apenas han nacido.

Sin embargo, la noticia más compleja la trae el día a día, quedamos con todas esas emociones como nudos que nos atrapan en cada despertar, las cosas nunca volverán a ser como eran porque lamentablemente la vida sigue, las cosas no tienen por qué volver a ser como eran porque afortunadamente la vida sigue.

Peleamos a diario con ese sentimiento permanente de pérdida que nos deja el alejarnos de alguien amado, esta emoción se toma las horas, se toma los días y nos quita nuestros tiempos de calma. Por eso, creo que solo podemos sentir que estamos sanando un poco cuando volvemos a disfrutar de la soledad y el no hacer nada, cuando en el silencio algunas cosas vuelven a estar quietas y esto no nos duele demasiado.

Pensando en esto, un día entenderemos que esa paz que estamos recuperando fue aquello que nos faltó realmente, fue nuestra compañera que dejamos atrás y que queremos volver a buscar, que ya va siendo hora de dejar ir las cosas, de dejar ir recuerdos que alguna vez fueron felices (y que ahora solo nos traen tristeza) y decidimos dar la espalda a todo aquello que valoramos mucho más de lo que fuimos valorados.

Sé que estará bien, hay cosas que no están hechas para ser olvidadas, que no están hechas para morir abandonadas a la orilla del camino, pero se convierten justamente en eso, hay en esta vida aquello que simplemente busca ser olvidado, pero estará todo bien, si recordamos el dolor de aquello que de tanto ir y volver nos desgarró el alma.

lunes, 9 de noviembre de 2020

Arenas, recuerdos y tiempo

 

Y en alguna parte de nuestra memoria todos tendremos a alguien que amamos demasiado como para olvidarle, pero también demasiado como para mantenerle cerca, y recordaremos aquel día en el que aprendimos que hay personas que pueden permanecer en nuestro corazón, pero no en nuestras vidas.

Nuevamente tuve esa extraña sensación de tener totalmente presente aquellos días que son parte de un pasado definitivo e irrecuperable, y en eso se me han ido las semanas como si aquello que me puediese ofrecer el futuro ya no tuviese tanto valor.

El amor debiese ser un vínculo sencillo, un enlace profundo y un paisaje de calma, como un suspiro que se teje junto a la brisa marina cuando observamos la inmensidad del horizonte, debería ser parte de algo armónico que nos recuerde de forma amable que estamos vivos, o al menos eso creía.

Cuando la alegría de lo cotidiano es compartida junto con la felicidad, entonces el tiempo se puede medir por las risas que has tenido, en eso se te pueden ir los días hasta olvidar que gran parte de todo eso se marchará, y que incluso las personas harán lo mismo, no hay nada que hacer al respecto.

Nuestros corazones sufren cuando deseamos hacer más de lo que podemos, tal como lo haría nuestro cuerpo intentando llevar un peso que le supera, y al respecto solo deberíamos resignarnos y seguir adelante, movernos y olvidar, ¿O acaso hay algo más por hacer?

Dejamos de existir cada vez que nos despedimos para siempre de alguien amado, algo de nosotros se queda, pero parte de nosotros no regresa nunca, pues se marcha junto al aroma y la vibración perdida que su voz nos traía, y luego nos queda una soledad inabarcable y días a los que le sobran horas y les falta contenido.

El tiempo sigue corriendo, su arena se acumula en el patio de la memoria y no hay viento que pueda removerlo, con el riesgo de morir sofocados solo nos queda cambiar de hogar, dejar de mirar a aquello que no volveremos a tocar, antes de que no tengamos espacio para el peso de tantos recuerdos al grado de olvidarnos de nosotros mismos, al grado de que en nuestras manos solo nos quede un sentimiento que no alcanza.