martes, 29 de noviembre de 2016

Memorias Viajeras


Rodaron, en miles, cual caudales desbocados, mis memorias
y mientras mi prudencia contemplaba su fluencia, cual presa rota,
vine a mis preguntas, que yacían escondidas mas perentorias,
y el temor a su ruido, que viene a cambiar una paz por otra.

Está la paz, la de quien parece no sembrar para sí su duda
y la de quien no ignora lo que cuestiona, lo que se escapa,
por eso, se alzó entre columnas centelleantes de recuerdos
mi pasión de preguntarme por lo que me parece eterno.

Por su aquiescencia a mi amor, de hijo a madre abnegada
yo la pensaba a diario, entre mil giros que mis ojos no cerraban
con sus montañas gigantes y el cielo de par en par, plácida,
esquiciaba en cada giro una idea, haciéndolas infinitas.

La recordé justamente, y di mis pasos a sus caminos no pisados
que me tocaron sin que les alcanzara, distantemente escudriñados
por mi mirada, que les vio pasar cada vez que ante ellos pasaba,
apenas el proemio de relatos que no pude dar por escuchados.

Se abrían, a veces, entre uno y otro boj, virginales, prístinos caminos
que sin acabar venían a cerrarse en el descanso del pie de un pino,
luego sentía que me llamaban, entonando el silencio, asiduamente
en las caricias que no se sienten, en el susurro de un transiente.

Cuánto quise, sin hacerlo posible, tenderme entre esos mantos verduzcos
y dormirme entre la paz de lo que permanece libre, de las ciudades, del hombre
y la ansiedad, el tedio de vivirlas, arrastrado en su devenir tan brusco
que hace de cada vida, pérdida, lo que el océano sobre una lumbre.

Y sólo entre esos campos, también desconocido, el concepto de ella,
con sus largas cabelleras coreando al viento, acusando a su escondite
dejando jirones mientras jugaba como yo, a ser libre, o tumbándose,
con los ojos entreabiertos, como queriendo no dormirse al esperarme.

Quedó también de mí, entre pasos que esperaba dar, pendiente
estar pendido de mi padre,  y su mano, mientras me mostraba el mundo
vasto, como el vacío del adiós no arribado, y mi alegría, ya sin su fuente
se busca entre el origen de mi sangre, hallando nostalgia en la que cundo.

Lejanía


Solo en lo insondable e inenarrable de la naturaleza he encontrado un atisbo de aquella trascendencia con la que tanto sueño, en cada tallo vibrante por existir, en la brisa susurrante o en la vida de las hojas que agita, lejos de todo lo fatuo, es el entendimiento de un rol meramente participativo dentro de este planeta lo que me hace llegar a la paz.

Con los hombros cargando solamente lo debido, lejos de cualquier construcción arbitraria, la soledad con la que nacemos se disipa, acompañado de cada manifestación de vida, aún más allá de las que alcanzamos a conocer, nuestra alma encuentra un hogar sin saber de paredes.

Llamando a esa eternidad es que anoche he vuelto a soñar con los campos eternos, cuyo final se pierde más allá de la vista humana, entre ondeos infinitos de montañas y cerros, cubiertos de un manto verde, ensombrecido entre hojas colgantes que se tornan cobrizas cuando el atardecer las abraza, junto a mis emociones más sinceras, donde la plenitud de mis sentidos los hizo irreemplazables, indelebles,  y las caricias del viento y sus aromas me enamoraron como nada volvería a hacerlo, y fui llevado a las mayores respuestas, aquellas que se me perdieron cuando fui arrancado de aquel sueño y me atrapó el desarraigo.