Cuán inútilmente recordaremos los intentos del corazón de expresar lo que ha sentido, reencontrando el dolor perdido y la idea de algo que no es posible.
Miradas que se escaparon cuando debían quedarse, que se buscaron confundidas y sin decisión, escondidas en el miedo a encontrarse, que nos dejan mirando a las nubes, el sol inesperado por la mañana que no queríamos ver, la lluvia que viene en camino y un horizonte vacío que arrastra el viento.
Sobre la mesa todavía descansa un trozo de papel que llama a los poemas que no terminan de recitarse por no tener quien quiera oírlos, y sobre una pantalla relucen mensajes en blanco que eran la esperanza de llegar a recibir algo, pero que permanecerán sin llegar hasta el fin de los tiempos.
Sentimientos que saltan sobre una quebrada y no logran llegar hacia el otro lado, muriendo barranco abajo, las pulsiones sexuales que se esconden en la desconfianza, y la confianza que se pierde entre palabras incumplidas y minutos de los que nadie se hace cargo, que se mueren en el olvido cuando ya no han sido alimentados.
Nos quedamos solos, sin esperanza de descansar ni energías de intentar algo nuevo, de a poco y sin quererlo comenzamos a sentirnos viejos, la vida se vuelve tibia y los días más inútiles, hasta que nos cuestionamos si ha valido la pena cargar con eso que no da descanso, hasta que nos preguntamos en qué momento nos quedamos tan dolidos hasta morir en cada día golpeados por el desgaste del querer.