martes, 6 de septiembre de 2016

Todo sobre su muerte


Nada es determinable en esta vida, nada que sea realmente importante se explica en un modelo que de exactitud a las respuestas, la vida en sí es como una nebulosa donde, si logramos llegar más arriba, podremos respirar lo mejor de ella, o justo lo contrario, y en la cual me perdí persiguiendo destellos sin entender que sus giros eran hacia el pasado, como nunca pude ver su dirección, encandilado en su brillo, se me perdieron incluso las voluntades, al punto de que nunca pude determinar en qué momento dejé de disfrutar su presencia para comenzar a quererla, y en qué momento dejé de tenerla para comenzar a extrañarla, sin embargo, desde alguno de esos incomprensibles días dejé de encontrarla,  y tuve la sensación de que ya no se hallaba en este mundo... diría que falleció en un pasado que desconozco cada vez más, aunque nunca llegué a verlo, porque nunca volví a verla como la conocí... y quise creer que sólo se había dormido en el abrigo de los pliegues del tiempo, entre promesas incumplidas, a veces miro de reojo por si ha despertado, como esperando reencontrarme con los ojos que perdí de vista, y con la calma de que fuese ella y no otra persona, aquella paz cuya pérdida no logró tornarme a algún tipo de tristeza por haberla vivido mucho antes de saberla.

Las risas tranquilas, o los misterios que se desentramaban entre un par de suspiros, ahora parecen un nudo de aceros impenetrable desde los cuales no puede salir nada sin riesgo a perder su forma, ¿Tengo algo de ella?, recuerdos de lo vivido, ¿Fue acaso algo de ello real o solo del deseo de que existiera ubicada en lo que veía?, con mi inteligencia en entredicho, tanto o más que mi cordura, todas las preguntas en las que me pierdo me llevan a una soledad amplia en la cual veo muy a lo lejos el destello de mis recuerdos intentando iluminarme, como lo haría una cerilla estando bajo tierra.

Y así, simplemente perdí la cuenta de los días desde la última vez que la vi, antes de despedirla como arrojando pétalos al mar, casi asumiendo una muerte en su desaparición, dejaré incluso de soñarla.

Antes de que se torne oscuro

Y me quedo absorto, absorvido al deseo
de tenerla en mí, donde tengo sus huellas
y me siento perdido, en mis ojos no veo
un reflejo de algo que no me hable de ella.

Y desde ella me muero rasgado en mis entrañas
si más no la pudiera ver, no querría ver más nada,
sin ella la vida se me arrastra a orillas extrañas
donde mi alma desconoce y se siente desterrada.

¿A qué vienen esos recuerdos fríos, memoria mía?
fríos cuando me tocan en el ardor de su momento
mientras mi dolor parece tener solo una vía
en la cual transito andando a paso tan lento.

Pequeña, dime, ¿Qué es el por siempre desde ahora?
si la vida y el por siempre del que hablamos aquel día
parecen tan volubles como el paso de las horas
tanto más ahora que el sueño eterno yo querría.

Despídeme, arrójame al sol o aquel por siempre usa
con connotación eterna de un adiós perentorio,
que el tiempo toma mis pensamientos y los abusa
y de defensas o cubiertas ya no tengo repertorio.

Y me dirán, lo sé, que la vida seguirá su rumbo,
pero cuando todo lo que conoces como vida ya no es una,
cuando intentando escalar las paredes más bien las derrumbo,
me dejo caer hacia un fondo donde me resigna mi fortuna. 

Quien dejó de ser


 En la inmensidad de mi soledad
te había seguido buscando, pero,
¿Eres tú realmente a quién he visto?
desde hace ya demasiados días
o momentos fríos y silenciosos,
creo haberte observado finalmente,
en una piel conocida e inexplorada,
con un concepto de ella ahora nuevo,
viéndolas a ambas como lo mismo,
la primera Eva de este mundo,
la primera mujer de mi universo,
y a ti, como siempre y como nunca,
tal vez fuiste tú, por un momento,
pero, probablemente, ya no lo serás,
porque mi Eva me espera como yo a ella,
y cuando la encuentre, no rehuirá confusa,
como sí lo harás tú, por siempre.