domingo, 12 de junio de 2022

Estado Actual VII: Vivir después de haber muerto


Me gustaría ubicarme, con mayor frecuencia, del lado correcto del tiempo.

Más allá de la admiración que genera aquella resiliencia que regresa algo a su forma original, o permite a una persona a ser la misma tras algún gran dolor, la confianza solo la he recuperado al entender la grandeza de seguir (intentando) jugar el juego de la vida a pesar de los golpes irrecuperables y desde los que no hay retorno.

Se nos hace difícil confiar como antes, y a pesar de eso seguimos tratando con los otros, se nos hace difícil volver a ilusionarnos, nos parece algo impropio de la experiencia, y aun así seguimos buscando nuevos objetivos y luchando por ellos.

Si mirara hacia el pasado, en distancia lejana, media y cercana, se me haría muy difícil encontrar un hilo conductor entre las personas que he sido y lo que ahora mismo observo como el yo, he conservado los valores desde los cuales me entiendo, pero la forma de expresarlos y lo que espero de ellos sobrevive porque se adapta.

Durante años de ensayo y error permanente, entendí que compartir era fundamental, pero llegué a esa conclusión desconociendo mucho del arte de elegir con quién nos rodeamos y luego con quien nos vinculamos. Si invertimos nuestro tiempo en alguien solo por el interés que muestra una persona en nosotros, lo más probable es que nos sintamos cada vez más solos, si invertimos nuestros pensamientos en alguien solo por el interés que sentimos por esa persona, definitivamente nos sumergiremos en la mayor soledad posible, yo, que algo sospechaba de la necesidad de balancear ambas cosas, siempre le he temido a mi estupidez.

Respecto a las personas que no respetan lo que quieres (o no quieres), ya sea del tiempo compartido, las dinámicas de las relaciones o las relaciones en sí, nunca podré saber con plenitud si se deba a falta de capacidad de entendimiento, falta de voluntad de entendimiento o derechamente desprecio, pero a estas alturas he aprendido que da igual, el efecto sobre uno será al mismo, y ante ese dolor e incomodidad la solución siempre será la misma, que es tomar distancia y seguir avanzando.

Hace un par de años, hacía frío, en esos días hacía demasiado frío, mucho más que ahora, y me afirmé a mi paciencia para entender las cosas, ampliar mi conocimiento y reducir mi estupidez, el sentirse estúpido cuando las cosas no van como esperaría me es característico, y he tomado provecho de ello.

A esos gurúes habituales del mundo moderno que hablan de vivir sin expectativas ni ambición les desprecio profundamente, sin esas cosas la vida sería aún más dolorosa y trágica de lo que ya es, si no esperamos nada de una experiencia que se define fundamentalmente en ir perdiendo cosas por el camino (vivir), entonces es una miseria injustificada y una muerte permanente. Y si la expectativa y la ambición nos lleva al dolor, deberíamos discutir nuestra capacidad de esperar cosas reales en lugar de negar su utilidad, pues el deseo es el motor de la vida, y el deseo sin esperanza es el odio a uno mismo.

De mis propias historias, donde lo intento a diario, si evaluara mis días basado en lo que me ha hecho bien o mal, perdería de vista a la vida misma, que en los más amargos dolores me ha dado una estética y belleza entrañable. Mañanas despertando triste y viendo los ojos de mi gato esperando que lo abrace, mañanas de esperanza enfriadas de golpe ante una realidad desagradable, amores fracasados, amistades inesperadas y soledades cuya calma es innegociable, como parte de un todo, después de todo, y a pesar de a veces estar cansado, este mundo me agrada.

Hay cosas que no creo que cambien jamás, pero ya que he podido con ellas hasta ahora, y ya que estoy acá, lo seguiré intentando, la vida muchas veces se configura y empieza en la soledad que uno tiene que vivir al final de cada día, en la que uno logra establecer, en caso contrario, es poco lo que tenemos por entregar.

La razón por la que dejamos de decirlo todo es que no existen palabras que describan con precisión la pérdida de alguien importante en nuestra vida, ya sea la muerte de una persona o de un vínculo, el dolor de lo irrecuperable nos pasa por encima, y aún así, como en todas las cosas, lo intentamos.