Te
miro apenas, escondido, como en un escarceo
por
temor a que mi alma se duerma en tus ojos
y
cuando volteo a encontrarte, tu ya estás ahí,
arropada
en suaves rayos de un día que se va.
Y
justo cuando ya juega a esconderse el sol,
veo
el quiebre de tus labios, que quiero para mi,
que
tus ojos se hacen grandes observándome,
y
mi pecho que se encoje al volver a sentir.
Tu
cabello, que pende como al otoño las hojas
si apenas
es por la mañana, en secreto al mundo,
si
acaso por las noches, frente a todos y oculto,
como
mi persona quiere a la tuya, cada día.
Ahora,
incluso mi nombre me suena profundo
por
las veces que lo has llamado para mirarme,
y
mis brazos, siempre alegres de estar vacíos,
te
buscan si te veo, si te encuentro, y te atrapan.
Estos
días marcharán lentos, a la forja calma
de
la vida nueva que nos ha encontrado
sin saber a dónde, pero estrechamos nuestros pasos
y tal vez algún día también nuestros caminos.