lunes, 1 de abril de 2013

Silentium II: Valete



Cada detalle de aquellos árboles, de aquel camino alfombrado en las hojas de incesante caer, en tintineo constante de las gotas desprendiéndose de su hilo matriarcal, la fuente de mi paz y felicidad, impactaron de lleno con el ajetreo agresivo de mil personas luchando por su futuro, cargando sobre mí imperceptible hastío, manifestándolo en un comportamiento de desdén hacia mis congéneres, en un inentendible caminar distante, como el de aquel que protege al mundo de su falta de descanso, de la pérdida de su manantial.

Luego, el recuerdo de las caminatas de media tarde nutrió mi existencia en torno a una fuente de energía, como un pozo donde las aguas beben la esencia de la luna, y el recuerdo de un pasillo,  las manos de ella, mi propia esperanza, se convirtieron en el todo de aquella época, y, del mismo modo, en un suspiro doloroso de cuyo aire he debido desprenderme, sin el cual no hubiese vuelto a respirar, siempre sobre la extenuante perspectiva de la vida.

"..entonces, cada día era un amplio pasillo donde los pasos resonaban incesablemente, aunque incluso los propios carecían de importancia, tan fríos como el dolor que yacía en su espalda, tan horroroso como el vacío que acechaba detrás de cada pilar, de aquellos en los que su frente había dormido sin sueños..."

Silentium I: Peractorum.




Concibiendo el nacimiento como la formación complementaria de cada elemento, puedo decir que mi espíritu nació bajo las copas de mil árboles, corriendo entre tablas y pastizales como bestia libre, arropado al calor de un hogar donde, sentado junto a mi familia y los libros, surgía cantidad de preguntas cuya respuesta era felicidad.

Absorto en la bondad de la naturaleza, el aroma del aire se me hacía descriptible, la voz del árbol despidiendo sus hojas de otoño se contraponía con el gesto amable de sus ramas, agachadas para ofrecerme el fruto que felizmente les pesaba, sin perjuicio de la sombra frente al cálido verano, rara vez sofocante, virtud de los mil cerros y cauces de agua que por la noche amenizaban mi pensar con el canto de la vida en ellos presente, como un himno al equilibrio que posibilita la gran unicidad.

La calidez del fogón de la cocina, el vapor de la cebada de la cena, el sabor de la sopa de mi segunda once, siempre tan esperada como la llegada de mi padre para compartirla con él, la abnegación de mi mamá por cada detalle que significase mi comodidad y tranquilidad, mi infancia y el dulce dormir de aquel que no sufre cavilaciones.

Ciertamente las soñé, en el preciso momento que me fui alejando de ella, llevado a vivir donde muchas más criaturas de mi especie se amontonaban en una selva de cemento en búsqueda de un mejor pasar, muchas veces anhelando un amazonas, uno inclusive más alejado de los árboles.

“Aquella certeza de que este lugar no es el preciso al momento, recae cíclicamente, un coro silvestre se eleva demasiado distante a mis oídos, un riachuelo se pierde más difuso que entre mis manos. El deseo de dormir bajo una constelación hermanada a un único par de ojos se convierte en certeza, luego, el viaje de las ausencias comienza preguntando por mi padre, justo entonces comienzo a entender que faltan respuestas sin sobrar pregunta alguna. "He perdido algo", me susurro justo antes de dormir”.