Diría que hizo tangibles numerosos conceptos que en
algún momento parecían disímiles y parte de un
ideario que no podía tocarse, para luego transformarse en un hecho que
sobrepasaba las ideas, en la quietud de ser ella misma. Nuestro primer encuentro
relativizó el alcance de mis ojos frente a la realidad.
La primera vez que la vi desplazándose en este mundo, el tiempo
transcurrió como una pausa rígida y acordada, como aquel silencio que marca a dos
melodías que se separan, o el fin de una vida, mientras comenzaba otra en el
inicio de todas nuestras conversaciones, y la creación de su voz en mi memoria.
Era como la ráfaga que da vida al otoño y hace que se parezca al trenzado y la danza, ella levantaba el amor, y lo creaba, hecho a mediodía
de verano, como en amanecer de invierno, la brisa corría a abrazarla, y ella me
preguntaba, ¿Se ha levantado ya el viento, nuevamente sin alejarme?
Como sabiendo que aquello que nos había
traído hacia el instante que nos hacía juntos, tomaría algún día distintos
caminos para cada uno.
Ayer, cuando creí volver a verla, el candor del primer día pareció replicarse, y ante el desengaño de no encontrar su rostro, fue como si nevara, dejándome una sonrisa cálida como el nacimiento de la primavera, y una mirada fría como el fin del invierno, seguí capturado en un otoño que aleja a las hojas de sí mismas.
Durante unos segundos flotó la luz en burbujas, como en el
primer día.