martes, 21 de julio de 2020

Estado actual III


¿Puede ser que el querer algo o a alguien nos cambie tanto  y tan profundamente? Después de pensar en ello, creo que será imposible volver a los días en los que sin haber vivido ciertas distancias y alejamientos me consideraba más calmo, más frío, más desinteresado, pero que extrañamente me hacían menos tendiente a ser feliz y disfrutar de las cosas sencillas que traía el día a día, no veo por qué habría de volver a una versión mucho menos viva de mi persona.

En este contexto tan extraño, la soledad, la distancia, las despedidas, los términos y las reinvenciones han llenado mis días de forma copiosa (demasiado) y entre el cansancio y la preocupación que esto me ha producido he decidido observar con calma, y conservar junto a mí únicamente aquello que resista el paso del tiempo y no se vea afectado por la mezquindad o cobardía que alguien pudiese tener, si deseo enfrentar mis sentimientos solo tiene sentido rodearme de quien pueda hacer lo mismo.

Pero incluso con esto en mente se me hace inevitable desear recuperar o volver por ciertas cosas que en su momento me hicieron sentir tan pleno y feliz como para agradecer a la vida el seguir vivo, esos días de amor profundo, ahora reemplazados por momentos de soledad profunda (se siente como si con esto volviese tres o cuatro meses hacia atrás), parecen lejanos y me gustaría escuchar que no se han ido.

En algún momento de mi vida recuerdo haber sido consumido por una enorme nostalgia, la cual no encontró eco en ninguna de las personas con las que anhelaba revivir ciertos momentos, entonces, al encontrarme solo en ese deseo, me sentí estúpido y preferí callarme, de modo que de ahí en adelante no volví a extrañar nada en mi vida, y ahora, por primera vez, esto había dejado de ser así.

Estos sentimientos crecen más y más porque hay cosas que no pueden suceder ahora mismo, que no puedo ver ahora mismo, tengo toda esta tristeza que también me lleva hacia la ambición, pero teniendo clara gran parte de las cosas que anhelo, en este momento me encuentro preparando la forma de ir por ellas independiente del costo que esto tenga.

Anhelo los días de verano, el calor generoso, las mañanas tibias, las duchas a mitad de tarde, las caminatas previas a la medianoche, el reírme mientras camino libremente por la calle hasta llegar a ahogarme, tengo esa nostalgia por vivir y compartir la vida.

Frío, anhelos y esperanza


Soñar con algo sería completamente inútil si no empujara hacia algo posible, si no nos llevara a buscar lo que podemos alcanzar, eso diría la lógica, pero, ¿Es acaso posible solo aquello que está frente a nuestros ojos y posibilidades? Sin entender mucho del cómo se dan las cosas, no dudo en asegurar que no tenía la mínima intención de recorrer el camino que recorrí este último año, porque no me parecía que fuese posible vivir lo que finalmente viví, ni sentir aquello que llegué a sentir, pues cuando soñé con ello y le di forma en mi mente, lo guardé como un tesoro. Pero un día al contrastar lo soñado con lo vivido noté que se alcanzaban, de alguna manera, habiendo deseado algo con tanta fuerza, llegué a tenerlo, quizás incluso a tocarlo.

La soledad se vive cuando no tenemos con quién comunicar algo que es importante para nosotros, y se vuelve insoportable cuando frente a quien desearíamos comunicar algo importante debemos quedarnos callados y limitarnos, si acaso es posible, a observar. Habiendo vivido esto, el dolor fue grande, la injusticia evidente y el cansancio impensable, si pienso en esos días pienso en una pesadilla que pertenecía tanto al mundo de los sueños como todos mis anhelos, pero que se volvía tan real como para ahogarme.

La felicidad probablemente venga de compartir lo que a uno le alegra la vida y encontrar respuesta en la otra persona, compartir lo que hace que nuestro corazón tiemble y encontrar eco en el de alguien más, al punto que ambos se agiten con violencia, buscando marcar ese momento, la felicidad podría incluso significar para nosotros el compartir lo que agita nuestro corazón en la tristeza, pero encontrar respuesta, encontrar un lugar en el mundo, y que allá, donde alguien te extrañe y desee abrazarte, tengas un lugar al que llamar hogar.

Entre noches de frío, fogatas improvisadas y el silencio de una ciudad congelada frente a una situación histórica tengo la noción de haberme refugiado a leer y observar en distancia, como queriendo no molestar a nadie, como queriendo fingir que no estaba realmente ahí. Pero hubo veces en que el llamado a mi nombre me despertó del triste letargo de un aislamiento impuesto, esas noches, que se volvieron frecuentes, fueron parte de los últimos trazos de felicidad que recuerde, aunque sabía que habrían de terminar, sigo deseando que vuelvan para siempre.

Recuerdo y presente


De aquellos días recuerdo: el frío punzante,
la soledad callada, su aparición y sorpresa,
porque cuando ella llegaba a mi lado perdía
el frío y la calma, y ganaba remanso y su calor.

De aquellas noches tengo el aroma
de su cabello y su voz tan dulce
y la conciencia del adiós sabido
y de su partida siendo inminente.

Entonces finalmente lo hizo, tomar sus cosas e irse
mientras yo miraba el cielo, como siempre
a la espera de su llegada y el abrazo inexistente
y me quedé esperándola tal vez hasta hoy día.

Y además, habiéndose marchado,
llevó consigo recuerdos que yo había olvidado,
pero que al notar ausentes
volví a traer con tristeza.

De lo que era, de lo que vi, de lo que vimos
y qué no era, las calles vacías
de pronto llenas en la alegría,
y las tardes alegres hacia las noches vacías.

Y no pude, finalmente, desaprender lo vivido,
y siendo esto imposible, le extrañé
por su ausencia, que habiéndola dejado,
no me dejó dejar nada sin ella.

Y por eso, incluso luego de decir adiós,
hubo de volver numerosas veces,
al yo vivir aquello que ya había vivido,
pero en la ausencia que llama a sus recuerdos.

Entonces, volví a anhelar sonriente
esa alegría permanente,
la que fue, la que no ha sido,
y lo que he llegado a pensar.

Pensar en los días que han marchado,
soñar en los que son para esperar,
y los días que pretendo que se dejen alcanzar,
para alcanzar sus brazos y poder descansar.

viernes, 10 de julio de 2020

Luna de primavera y nubes que pasaron


¿Cómo veía el cielo en aquel entonces? Siendo plena primavera, la luna nocturna lucía ya con cierta claridad, al punto que me sorprendía cada vez que caminando de vuelta a casa podíamos mirarla, detenernos y sonreír un poco, ocultando el deseo de abrazarnos, hasta que alguna nube pasajera volvía aquella luz borrosa, dejándome una leve sensación de pérdida que me acompañaba hasta la oscuridad de mi habitación justo antes de dormir.

Esas caminatas, que tuvieron sus pausas, sus ausencias y su retorno, me traen el deseo de volver a reír y divertirme como en aquel entonces, si pienso en eso, tiene sentido decir que aquel verano tomó la forma de una libertad permanente y recuperar la alegría de la infancia sin sentir nostalgia o requerir la inocencia que hacía años había perdido.

Esa alegría de descubrir algo nuevo día a día, esa candidez de hacer las cosas solo por querer sentirse bien y hacer reír a alguien amado, colmándome solo de aquello que puede ser compartido, entendí que habían sido parte de mi y solo se habían adormecido en una época de soledad.

Ya fuese por aquella voz amable llamando a mi nombre, una sonrisa cálida que me daba la bienvenida a casa o el simple hecho de saber que estaría cerca, pero esos días me parecen lejanos e incluso ajenos, como parte de un sueño o una pausa que se fue junto a la nubosidad de aquella primavera, arrastradas por el viento, por el tiempo inevitable que trajo raudo el adiós del verano.

El otoño pasó y apenas pude ver sus hojas caer, de pronto me había quitado muchas cosas, y llegó el invierno.

Aquel otoño trajo muchas despedidas prematuras, el adiós de personas, ideas, emociones y hábitos que se parecían a la felicidad, me entregó el entendimiento de lo que es imposible y lo ubicó por sobre cualquier otro pensamiento,  luego, llegué a sentir que nada de lo que recordaba lo había vivido de verdad, o bien, que había estado sujeto a mi percepción más que a lo que realmente había pasado.

Durante años intenté entender la diferencia entre aquello que no podía cambiar, y que por tanto solo debía aceptar, y lo contrario, sin embargo, me faltaba saber que el poder hacer algo no implica que tenga que ser hecho, y por eso no me esforcé frente a hechos que me parecieron injustos, incorrectos o que derechamente no estaba bien: Porque a veces entregar esa libertad a los sucesos y las personas es la única manera de ver la verdadera naturaleza de estas, y porque contando con esa información supe un poco mejor qué cercanías mantener y qué distancias tomar.

Si volviésemos a esos días brillantes, a esas salidas espontáneas y esas risas sin retorno, ¿Volvería a disfrutarlas aún sabiendo cuál sería su final, abrupto y no explicado? No lo sé, si pudiese llorar tal vez traería parte de eso, podría ser más honesto, pero salvo eso, creo que nada cambiaría, un ser amado no es algo que puedas obtener solo con desearlo, ni que puedas perder porque alguien intente alejarlo.