Cuando supo Izkodar de la
necesidad de volver al reino de su desaparecido padre, sintió una egoísta
alegría ante la posibilidad de reencontrarse con el jardín que se escondía tras
la casa gubernamental, en el cual habitaban
casi en forma silvestre las rosas de doble espina, las mismas por las que
sentía una fascinación inentendible desde pequeño, casi con la certeza de que
en ellas yacía un secreto sobre sí mismo.
Llamábase rosa de doble espina y
se prestaba para confusión, puesto que más bien no tenía espinas, la prolongación
del tallo era tal, que de cada aguijón surgían dos puntas, también medía una
vez y media lo que una rosa ordinaria, esa era la flor que a Izkodar robaba la
razón.
Ya hemos hablado de la compañía
de la que se había hecho Izkodar, y con ello, de Dhakiala, pues cuando sintió
alegría de reecontrarse con el jardín de su infancia, lo hizo por ella, el
contexto era tal, que desde hacía un tiempo no podía sino pensar en reunir
aquella flor con aquella mujer, como queriendo ver qué espectáculo sería
enlazar las dos visiones que más habían capturado su razón desde que tuviese
conciencia.
-Es exuberantemente hermosa,
enorme, y su tallo crece de tal manera que si lo desease, podría dañarnos a
ambos en un mismo instante, desde el mismo aguijón y por el simple hecho de ser
como es, y sin embargo, tengo la seguridad de que nadie tiene mayor experticia
que la mía para tomarla, puesto que desde niño sentí que debía prepararme para ello.
Eso se repetía Izkodar desde un
tiempo, y luego cerraba:
-Justo así es la fuerza que nos
une.
En esta vida, hay
fundamentalmente dos tipos de miradas lejanas en las personas, están las de aquellos menos afortunados, que aun
estando entre nosotros, nunca terminan de entender realmente que forman parte
de este mundo, viven en búsqueda permanente de lo que está frente a sus ojos y
en cierta forma van un par de pasos por detrás del resto, existen,
sin embargo, algunos pocos cuya mirada se vuelve distante cuando su realidad
tangible les es del todo comprensible, y ha sido escudriñada a tal grado que ya
están en búsqueda de lo futuro y lo ficticio, y a esta clase es a la que
pertenecía la mirada de Izkodar, no era raro que las gentes del pueblo le
acusaran de arrogancia, o de ignorar las conversaciones de las que se le quería
hacer parte; lo cierto es que nunca perdía detalle alguno, pero tal vez por lo
mismo nunca se interesó en realizar contestación alguna.
Entendiendo cómo miraba Izkodar
en su vida diaria, queda claro que la única vez en que sus ojos se dedicaban a
estar plenos en este plano, con la alegría del que observa algo que le fascina
y de lo cual no cesa de aprender, se daba cuando Dhakiala requería de su
atención, se sonreía de sólo mirarla dar vueltas por ahí.