Buscamos esa
pequeña calidez que regocija,
aquellas
carnes cuyo talle a nuestros brazos ajusta,
y aquel
aroma de fruto desconocido,
al que clama
desde siempre nuestro sentido.
El abrigo
del manto que cubre cada tarde,
otrora frío
escenario en el que temblamos,
cede su
calor a dos cuerpos unidos,
que le
contemplan mientras este se esconde.
Y un
escenario de paz al fin nos cubre,
pues nadie
busca el sofoco en este mundo,
mas todos
rehúyen del frío que es profundo,
y anhelan la
calma de tenerla en sus brazos.
Y ese calor
perentorio ya se torna,
prima emoción que al ser deja prendido,
inexplicable
va y ajusta hacia sí misma,
cada detalle
que entonces se ha vivido.
Como en el
metal indeleble se graba,
por
naturaleza de ardor y derretimiento,
también
atemporal se marca en el pecho,
la época de
más febril sentimiento.
Todos
buscamos esa pequeña calidez que nos hace felices,
todos
buscamos esa pequeña calidez que es la felicidad más tierna,
libre de
maldad, libre de angustias, libre de excesos,
todos
buscamos sentir que tenemos exacto lo antes ansiado.