Por aquellos días el mundo se ha tornado un lugar vacío,
de luces escasas que apenas que destellan a mis ojos,
y de días cuyo despertar me lleva a un lugar erróneo,
de estrellas perdidas que se escapan de mis manos.
Entonces, me siento cansado y anhelo aquel silencio
que me cantaba junto al viento que ya no logro escuchar,
que sin arrastrar los suspiros del bosque, ya no me toca,
y sueño con que podrías llevarme a la paz que perdí.
Si acaso, por el cansancio de nuestro mil y un días,
nuestras piezas volviesen a romperse, pero por sí mismas,
y al mismo modo, por voluntad del mundo y sus giros
llegáramos a conocernos, tan solo una vez más.
Podríamos, quizá, alinear nuestros nosotros fraccionados,
ya incapaces de armarse desde la ausencia del otro,
enlazarían únicas, únicamente en la compañía mutua,
que abriría el lienzo que entintamos en otros sueños.
Quizá, nuestras piezas ya se han roto en lo interno,
y lo han hecho por no nacer solo para sí mismas,
sino para alcanzarnos a nosotros, que dormidos,
hemos culpado al mundo de no volver a buscarnos.