lunes, 18 de febrero de 2019

El amor primero y sus atardeceres

En aquellos veranos, la segunda mitad de la tarde era mi época favorita para estar vivo, luego de haber resistido un calor generoso y lleno de vida, podía asomarme bajo el sol sin miedo, y libre de vestiduras echarme a correr por el pasto mientras arrojaba agua sobre mi cuerpo una y otra vez, viajando entre el bienestar y el descanso, yendo y viniendo desde cada sensación, mi cuerpo rebosaba de felicidad y finalmente mi mente tocaba el éxtasis de ser consciente, si existe algo como el espíritu o el alma, la mía vivía sus momentos de plenitud como aquel que encuentra su hogar lleno de todo lo que ama y sin nada que rompa esa paz.

En esos momentos, solía reírme solo e intensamente, vibraba por el simple hecho de estar ahí, de pie, frente a una inmensidad que me invitaba a disfrutarla en lugar de amenazarme, y a veces, sentía la extraña sensación de que a pesar de no poder compartirla, era una felicidad completa, porque era exclusiva de mi vida, la cual había venido a experimentar con el solo objetivo de esos atardeceres.

“…un día, mientras revoloteaba bajo el agua y chapoteaba sobre el pasto, sentí un golpe de frío sobre mi espalda y una risa cercana y familiar, y cuando me volteé aún sin retirar mi expresión de asombro (y entumecimiento), la vi en frente mío con una sonrisa gigante y la mirada inocente de su bondad, y el deseo de lo mejor para mí, entonces tomé el regador y lo apunté sobre ella, el entretanto entre que quedó empapada y estuvimos el suelo ahogados de la risa fue como un espiral, eterno, como un momento cíclico, en el cual busqué sus ojos para compartir un suave pestañeo, luego del cual no volvería a verla nunca, eso fue lo que me dejó la vida.”

Dimeime Jormema

Tedije tea María
co motea mado Dean tes
y site bes ara laca Rayel rostro
yper Dona quein sista
pero no meas tocado 
el tema, ysi no tein Teresa 
dimeime jormema to

Tandem


Cuando pienso en esos días, tengo la sensación de que ni aún yo era capaz de dimensionar la  profundidad de lo que estaba viviendo y sintiendo, y de que mis emociones de aquel entonces, a la cuales quería evaluar a toda costa como fruto de mi juventud y desconocimiento, terminaron siendo un determinante absoluta de cómo percibiría, evaluaría y viviría mi mundo y las emociones que este me revelara de ahí en adelante.

No tengo idea de si debería haber exigido más de mis capacidades para encauzar todo lo que sentía y pensaba en ese entonces, pero recuerdo que en numerosas ocasiones me sentía envuelto en un viaje que no recordaba haber empezado, que no sabía dónde se dirigía ni tenía claro si realmente quería continuarlo, a veces, tenía el deseo de dejarlo todo y “volver a casa”, pero volver a casa no es una opción que la vida permita en todo momento, cuando en el fondo sentimos que hacia atrás sólo encontraremos polvo y cenizas.

En ese entonces, no fui capaz de entender que el sufrimiento había comenzado a ser algo que comandaba desde mi propia elección, y que en el momento que aprendiera a soltar lo que no tenía por qué cargar, tal vez no tendría una casa a la que volver, pero podría dirigirme a constituir un lugar donde el descanso fuese algo posible y tuviese yo plena decisión sobre quién se adentraba en ella, constituiría mi propia hogar.

Alborada


Todavía recuerdo la primera vez que sentí que estaba enamorado, y cómo esto se diferenció tanto de sentir que alguien me gustaba, no lo he olvidado, y  a pesar de ello, nunca había hecho el esfuerzo consciente de pensarlo y recordarlo.

En cierta forma, fue como encontrar que dentro de tus pertenencias cargas con algo hermoso y de valor incalculable, que estaba ahí hace tiempo, pero no habías visto claramente, y que, por alguna pausa de la vida, tuviste tiempo de contemplar hasta entender bien qué era.

Luego, estuvo la época de dimensionarlo y pensar en transmitirlo, y el sentir que ese esfuerzo sería como arrojar una roca a un lago para vaciarlo, que no tenía sentido alguno. La realidad era infinitamente más compleja de lo que había imaginado, y lo enorme de mi sentimiento, que era suficiente como para aplastarme, tenía un valor nimio frente a lo que me rodeaba, entonces me encontré tratando de mover montañas con los propios brazos, y hasta que no me sobre exigí y me resigné a que era imposible, gruñía buscando lo que según yo era el ángulo correcto para empujar y avanzar, que no existía.

A día de hoy, ese tiempo lejano no me parece demasiado distinto a un momento de demencia e ilusión, a través del cual ninguna de las cosas era vista claramente, aunque, tal vez fue la última vez que me sentí libre de las ataduras de mi propio criterio y las aprehensiones que suelo tener para hacer cosas por y para mí mismo.

Ella siguió su camino, yo hice algo parecido, digamos que empecé a buscar el mío, y a veces, muy a lo lejos, miro de reojo por si vuelvo a verla, como si la buscara en rincones de la ciudad donde sería absurdo encontrarla, y a la vez, ruego que esté donde esté se esté amando a ella misma tanto o más de como yo lo hice, puesto que yo realmente deseé protegerla, sin entender que no era mi deber sino el de ella, y que no habiendo hecho nada respeto a mi propia protección, era obvio que me hubiese roto en el camino.