martes, 29 de diciembre de 2020

La soledad

 

De aquellos días recuerdo el frío, las noches leyendo al exterior, el silencio de una ciudad pausada desde hacía semanas, algunas fogatas improvisadas, y cómo esa sensación escondida de distancia frente a los otros tomó parte de mí hasta transformarse en la soledad más dolorosa que mi memoria reciente pudiese traer a la mente.

Llegando a sentir que había perdido mucho más de lo deseado, creí que solo me quedaba el camino de recordar todo, como si el futuro ofrecido no tuviese mayor importancia, y en mi cabeza creció la idea confusa de que los mejores días de mi vida ya habían pasado, ya no estaba tan acompañado como antes, ya no me sentía así incluso con las mismas personas a mi lado, y sin importar cuánto quisiera o amara a alguien, cada uno habría de seguir su camino, sin retorno, sin espera, sin esperanza. Era como vivir un luto antes de que la partida fuese real, como si me fuese a estrellar contra el suelo y empezara a dolerme desde antes. Aunque lo que vino fue distinto, fue igual de difícil. 

A veces intentaba salir a caminar pensando en sentirme más calmado, ya que el transitar por espacios abiertos solía ser una ayuda, pero en esa época la ciudad y la soledad parecían la misma cosa: un pasillo helado e interminable donde no llegaba ni toda la luz ni la calidez que necesitaba, donde podía ver a lo lejos como otros daban vueltas que nada tenían que ver con las mías, y donde mi ir y venir no tenía trascendencia alguna, nada cambiaba, todo era estático.

La ciudad arrojaba sus luces difuminadas muy muy a lo lejos, aunque algún foco lejano a mi casa alteraba incluso la visión de la noche, se me hacía lejana, yéndome a dormir con la permanente duda de si podría con toda aquella confusión, podía pasar noches en total vigilia, mientras intentaba sonreír al día siguiente.

Voy a describir la soledad como una prisión sin fronteras, de la cual no llego a escapar justamente por su inmensidad y por no haber sido nunca capaz de ver dónde empieza ni dónde termina, como un pasillo donde los pasos resuenan en un eco metálico y totalmente inhumano, lejano, distante, donde solo se ven las siluetas de aquellos que transitan por el mismo lugar pero en direcciones completamente distintas, donde cada cierto tiempo existen correderas de sillas para descansar de dar pasos que no nos dirigen a ninguna parte.

La paz


La paz es aquel valor relativo al que todos aspiramos, para quien ha vivido en guerra la paz llega a ser el cese de las armas, para quien convive con la voracidad de las ciudades modernas será encontrar el silencio y conectarse con la tierra, para quien vive labrando la tierra será la certeza de una cosecha generosa al final de la estación.

Todos queremos alcanzarla aunque sabemos que se irá volátil de entre nuestras manos, pero incluso sabiendo que nunca llegaremos a tenerla realmente, la buscamos.

A la paz la precede la calma, y la calma una sensación incluso tenue de decisiones y de libertad, si bien no podremos hacer siempre aquello que queremos, todos deberíamos aspirar a no hacer aquello que no queremos, en ese sentido ocupar nuestros días en calma, dedicándonos a cualquier cosa que nos suponga bienestar, es una forma de triunfo.

Pero las batallas por sí mismas no tienen sentido alguno, ni aún el triunfo llega a justificarlas, es solo la convicción de los valores con los que nos conducimos la justificación en sí misma, si buscáramos un propósito posterior en todo esto, sería inútil.

Nacemos en este mundo, y día tras día vamos construyendo nuestra propia versión de él, tratamos de entender lo que nos rodea sumando pequeños momentos de razón y calma, buscamos estar cerca de algo, anhelamos sentirnos cerca de alguien… y en eso se nos puede ir la vida. Debiésemos aspirar a hacer de nuestros días algo mejor.

domingo, 13 de diciembre de 2020

Anhelos, desengaño y futuro

Fue cerca de estas fechas, luego de pasar algunos días en la costa y volver a Santiago que mientras andaba por la calle, de un segundo a otro, en una noche sofocante, sintiéndome solo y sin nada especial para ocupar mi tiempo, que tuve el deseo impulsivo de volver al sur, en algún espacio de mi mente mi memoria y mi conciencia habían acordado que ahí podría sentirme feliz, cerca de parte de mi familia, a un paso de los bosques, de rutas abiertas para andar en bicicleta, de parques enormes, lagos, la lluvia siempre presente y la brisa que me traía caricias esperadas desde mi infancia.

En realidad, solo tenía anhelo de aquel tiempo junto a mis amigos de antaño, el sentarme a la sombra de un árbol luego de empaparme en agua en un día de verano, tomar helado con mi padre al bajar la brisa de mediatarde, correr y reír hasta perder el aliento, dormir cuando estaba cansado, y esconderme a los pies del bosque cuando quería estar solo. Tenía el anhelo de recuperar lo que ya no existía.

Pensando en eso, empecé a agotar las instancias que hicieran esto posible, y tracé un camino que finalmente cumplió este deseo, pero entremedio transcurrió un año y medio, y cuando volví lo hice pensando en aislarme y descansar de todo lo que había vivido durante ese tiempo, mi regreso se había convertido en un retorno pasajero más que una decisión permanente, pues ya no pertenecía a ningún lugar en concreto, siendo ya otra persona.

A casi seis meses del día de mi retorno, puedo decir que en estos últimos dos años volví a vivir, experimentando amistades sinceras, en el trabajo detrás de construirlas encontré mucha más calidez en las relaciones humanas de la que había sentido tal vez en toda mi vida, volví a entender el impacto que el amor tiene en nuestras vidas, la conciencia que se alcanza al enamorarse (y también la que se pierde), recordé el dolor del amor no correspondido y aprendí sobre el no materializado, e incluso renuncié a lo que podría haber amado por toda una vida, ya que en esta curiosa cadena de aprendizaje, que jamás es lineal, entendí que aquello que nos hace vivir a veces debe quedarse en el pasado justamente para seguir viviendo, tomar una posición de espectador frente a las propias dificultades no es la mejor forma de consumir los días (que habrán de terminar, como casi todo).

En estos últimos años he tenido días en los que no he parado de reír, y he tenido días en los que no he tenido la voluntad de hacerlo, he tenido días en el que el futuro ha parecido un enemigo y el pasado un amigo, y también justo lo contrario, he dejado de sentirme solo todo el tiempo y he podido desarrollar cada vez más la gratitud, y en ello, en la decisión de marchar incluso de un lugar amado, sin tener certeza absoluta de hacia dónde me lleven mis decisiones, he recordado las palabras de Frodo Bolsón:


¿Cómo se reconstruyen los hilos de una vida anterior?
¿Cómo seguir adelante, si en el corazón, uno empieza a entender,
que en la vida no hay marcha atrás?

sábado, 14 de noviembre de 2020

Ambedo y volver otra vez

 

Me traía especial melancolía observar la luna y las estrellas por la noche, volver a casa empeoraba esa sensación de haber perdido el anhelo de ir y volver por entre las cosas que siempre había amado, me sentía completamente lejano a todo lo que me rodeaba y la vida no parecía realmente algo por vivir. Pero un día descubrí que desde hacía un tiempo había alguien más, una mujer, sus ojos, y una alegría tímida que intentaba tomar presencia en mi cabeza, donde no quería que tuviese espacio.

Yo ya me entendía lo suficiente como para saber que estaba volviendo a sentir algo que pensaba conocer lo suficiente, pero el amor puede tomar nuevas formas una y otra vez. Mientras la vida se nutre de nuevos hábitos, canciones, sabores, aromas y todo aquello que nos conecta a este mundo, el amor se enlaza profundamente en cada recuerdo que esto nos deja, y luego ya no puedes separarlo, es demasiado tarde.

Por algo completamente humano, tenemos la tendencia a esperar que aquello que anhelamos llegue a cumplirse, el deseo muchas veces tiene que ver con la posibilidad de que algo suceda y por tanto esperamos que nuestros esfuerzos valgan la pena, es en esta ilusión que solemos perdernos, a veces queremos tanto que algo sea posible que nos negamos a ver cómo funciona el mundo.

A medida que conocemos personas vamos almacenando recuerdos y emociones que nos conducen a entender a cada cual de forma distinta, a establecer importancias, prioridades y depositar esperanzas en el otro, es natural, más allá de intentar no esperar nada, siempre sucede así. De pronto descubres que volviste a equivocarte, situando a alguien en un lugar que no desea ocupar, atesorando recuerdos que solo son importantes para ti y finalmente entendiendo que estabas mucho más solo de lo que creías.

Entender estos acontecimientos puede ser especialmente doloroso, de golpe todo aquello que se ha hecho, que se ha dicho e incluso que se ha sentido pierde valor, se relativiza en las dudas, el rechazo y la nula esperanza de conducirlo a buen puerto, en ello la tristeza y el desconcierto toman presencia justo ahí donde debería haber felicidad, como una permanente lluvia situada en primavera, lavando los aromas y arrastrando los pétalos al suelo cuando apenas han nacido.

Sin embargo, la noticia más compleja la trae el día a día, quedamos con todas esas emociones como nudos que nos atrapan en cada despertar, las cosas nunca volverán a ser como eran porque lamentablemente la vida sigue, las cosas no tienen por qué volver a ser como eran porque afortunadamente la vida sigue.

Peleamos a diario con ese sentimiento permanente de pérdida que nos deja el alejarnos de alguien amado, esta emoción se toma las horas, se toma los días y nos quita nuestros tiempos de calma. Por eso, creo que solo podemos sentir que estamos sanando un poco cuando volvemos a disfrutar de la soledad y el no hacer nada, cuando en el silencio algunas cosas vuelven a estar quietas y esto no nos duele demasiado.

Pensando en esto, un día entenderemos que esa paz que estamos recuperando fue aquello que nos faltó realmente, fue nuestra compañera que dejamos atrás y que queremos volver a buscar, que ya va siendo hora de dejar ir las cosas, de dejar ir recuerdos que alguna vez fueron felices (y que ahora solo nos traen tristeza) y decidimos dar la espalda a todo aquello que valoramos mucho más de lo que fuimos valorados.

Sé que estará bien, hay cosas que no están hechas para ser olvidadas, que no están hechas para morir abandonadas a la orilla del camino, pero se convierten justamente en eso, hay en esta vida aquello que simplemente busca ser olvidado, pero estará todo bien, si recordamos el dolor de aquello que de tanto ir y volver nos desgarró el alma.

lunes, 9 de noviembre de 2020

Arenas, recuerdos y tiempo

 

Y en alguna parte de nuestra memoria todos tendremos a alguien que amamos demasiado como para olvidarle, pero también demasiado como para mantenerle cerca, y recordaremos aquel día en el que aprendimos que hay personas que pueden permanecer en nuestro corazón, pero no en nuestras vidas.

Nuevamente tuve esa extraña sensación de tener totalmente presente aquellos días que son parte de un pasado definitivo e irrecuperable, y en eso se me han ido las semanas como si aquello que me puediese ofrecer el futuro ya no tuviese tanto valor.

El amor debiese ser un vínculo sencillo, un enlace profundo y un paisaje de calma, como un suspiro que se teje junto a la brisa marina cuando observamos la inmensidad del horizonte, debería ser parte de algo armónico que nos recuerde de forma amable que estamos vivos, o al menos eso creía.

Cuando la alegría de lo cotidiano es compartida junto con la felicidad, entonces el tiempo se puede medir por las risas que has tenido, en eso se te pueden ir los días hasta olvidar que gran parte de todo eso se marchará, y que incluso las personas harán lo mismo, no hay nada que hacer al respecto.

Nuestros corazones sufren cuando deseamos hacer más de lo que podemos, tal como lo haría nuestro cuerpo intentando llevar un peso que le supera, y al respecto solo deberíamos resignarnos y seguir adelante, movernos y olvidar, ¿O acaso hay algo más por hacer?

Dejamos de existir cada vez que nos despedimos para siempre de alguien amado, algo de nosotros se queda, pero parte de nosotros no regresa nunca, pues se marcha junto al aroma y la vibración perdida que su voz nos traía, y luego nos queda una soledad inabarcable y días a los que le sobran horas y les falta contenido.

El tiempo sigue corriendo, su arena se acumula en el patio de la memoria y no hay viento que pueda removerlo, con el riesgo de morir sofocados solo nos queda cambiar de hogar, dejar de mirar a aquello que no volveremos a tocar, antes de que no tengamos espacio para el peso de tantos recuerdos al grado de olvidarnos de nosotros mismos, al grado de que en nuestras manos solo nos quede un sentimiento que no alcanza.

jueves, 15 de octubre de 2020

Nostalgia, días libres y verano

A pesar de entender la nostalgia como la tristeza o pena ante la lejanía, ausencia, privación o pérdida de alguien o algo amado, solo supe que habría de conocerla al darme cuenta de que ya no estaba solo ni aún en mi propio mundo, cuando finalmente pensé en lo que podía llegar a perder.

Al saber sobre todo esto, intenté relacionarlo con el conocimiento que había adquirido de las personas, y a ratos se me hacía imposible, si nuestra mochila se carga de tristeza y avaricia no tenemos espacio para la felicidad, y por tanto decidí aprender de nuevo sobre la vida, porque estaba finalmente viviéndola.

Siempre quise entender la felicidad como una forma de hacer el camino de la vida, pero también como algo que solo tenía sentido real si era compartido, pero al vivir ambas cosas, entendí que la forma de encontrar el camino de la vida era compartiéndola.

La vida es reír, cantar, correr, saltar, reírse, enojarse, llorar, abrazar, tomar de las manos, entrelazar, acariciar, desear, tocar, pensar, imaginar, anhelar, es ternura, lujuria, libertad e incluso privaciones, la vida es aquello que pasa frente a nuestros ojos si pensamos mucho en el mañana, y por eso no quise pensar en el miedo de lo que habría de perder, sino en la fortuna de tenerlo en el presente que vivía.

En ese momento, podía diferenciar con claridad a dos tipos de personas, las que se preocupan por el otro por miedo a sentirse solas, y las que ayudan al otro por miedo a que este se sienta solo, y de pronto, había conocido a alguien que sentía la soledad cuando yo la vivía, y que me hacía sentir solo cuando ella parecía estarlo. Y entonces, sin ninguna intención consciente, busqué que nos hiciéramos compañía.

La belleza de todo lo vivido no radicó nunca en la certeza de que perduraría, ni siquiera en la certeza de llegar a poseerlo, sino en la seguridad de que aquello que fue, fue real, y que lo que habría de venir, y sus recuerdos, serían parte de días que realmente fueron vividos.

Desde esta nostalgia tengo el recuerdo de mis amistades, el calor de una ciudad que empieza a dormir, los pasos de quien a veces parecía que saltaba, y los juegos justo antes de dormir, porque había soñado con todo aquello y no me había dado cuenta, porque se sentía como unas permanentes vacaciones de verano.

 Carry me home 'cause I'm on holiday. With you I'm on holiday.

domingo, 27 de septiembre de 2020

Fatigas del querer III [26/9/20]

Cuán inútilmente recordaremos los intentos del corazón de expresar lo que ha sentido, reencontrando el dolor perdido y la idea de algo que no es posible.

Miradas que se escaparon cuando debían quedarse, que se buscaron confundidas y sin decisión, escondidas en el miedo a encontrarse, que nos dejan mirando a las nubes, el sol inesperado por la mañana que no queríamos ver, la lluvia que viene en camino y un horizonte vacío que arrastra el viento.

Sobre la mesa todavía descansa un trozo de papel que llama a los poemas que no terminan de recitarse por no tener quien quiera oírlos, y sobre una pantalla relucen mensajes en blanco que eran la esperanza de llegar a recibir algo, pero que permanecerán sin llegar hasta el fin de los tiempos.

Sentimientos que saltan sobre una quebrada y no logran llegar hacia el otro lado, muriendo barranco abajo, las pulsiones sexuales que se esconden en la desconfianza, y la confianza que se pierde entre palabras incumplidas y minutos de los que nadie se hace cargo, que se mueren en el olvido cuando ya no han sido alimentados.

Nos quedamos solos, sin esperanza de descansar ni energías de intentar algo nuevo, de a poco y sin quererlo comenzamos a sentirnos viejos, la vida se vuelve tibia y los días más inútiles, hasta que nos cuestionamos si ha valido la pena cargar con eso que no da descanso, hasta que nos preguntamos en qué momento nos quedamos tan dolidos hasta morir en cada día golpeados por el desgaste del querer.

Fatigas del querer II [1/4/2020]


Repetidamente los intentos del corazón se perderán ante la falta de un lenguaje que los dirija.

Dos cuerpos se rodean el uno al otro en un ir y venir confuso y no llevan nada hacia ningún lado, como ramales perdidos que se devuelven a sus raíces, y mientras respiramos  nos giramos una vez más hacia la desconfianza reforzada, la soledad acentuada y las piernas casi rotas de tanto caminar por respuestas que no existen.

Lo que una vez fue vivido, ahora parece que nunca sucederá, y solo nos quedan los amaneceres mustios, el sol asomando su luz sin calor alguno y el pesar de los ojos que no han logrado cerrarse. Sobre el escritorio recae la tristeza entre textos que no terminan de escribirse, libros que no terminarán de leerse y un teléfono cuyo buzón de entrada notifica mil veces que no existe un solo mensaje realmente importante.

Un desayuno que se vuelve solitario, el deseo sexual que finalmente induce al rechazo, palabras que no se vuelven a decir nunca, miradas que se pierden tanto en el tiempo que parecen parte de un mito, y el paisaje lejano que se quiebra en el horizonte como el concepto del mañana, que pareciera no llegar nunca mientras lentamente nos aleja, hasta que descansamos solo a causa de la distancia del agotamiento del querer.

Fatigas del querer I [7/6/19]

Y tan fácilmente los esfuerzos del amor suelen traducirse e interpretarse de forma errónea, de transmitirse infructuosamente.

Deslizándose el uno contra el otro como placas tectónicas, en un baile confuso como el de murallas que trepan sobre sí mismas, vamos dejando suspiros, huellas y rodillas rotas de tanto andar, la sensación de haber vivido algo en otra vida se confunde con la sensación de nunca llegar a vivirlo, y luego solo recordamos nuestro corazón agitado, la salinidad de las lágrimas y el azote del sol por la mañana escurriendo sobre nuestras ventanas.

Las emociones se acumulan entre un buzón de mensajes y libros que ya no vuelven a ser ordenados, las conversaciones y sus argumentos se difuminan entre el deseo sexual, un desayuno que se vuelve solitario y los nombres de ambos, que se llaman una y otra vez.

El ayer se pierde en el horizonte, el mañana es arena sobre el viento, y la vista de ese paisaje nos lleva a ese estado febril y las fatigas del querer.

lunes, 21 de septiembre de 2020

Cor Meum


Corazón mío, que tu latir ardiente
de volver a sentir sentí el impulso
mas de recordar tu dolor pleno
solo pensé en dormirte a mi seno.
 
Corazón mío, que descanses yo quiero
del amor sonriente que te trajo brisas
de frescura, mas desamor y el frío
y partes tuyas repartidas en trizas.
 
Quiero que en nadie más repares,
ni repararte uniendo partes quiero,
y que renazcas como una nueva vez
conmigo, más fuerte y aprendido.
 
Corazón mío, que en tu impulso ferviente
tal vez heriste por latir a quien te quería
quisiera que dejes que ese sentir te llegue
para existir entre el tiempo y sus pliegues.
 
Quisiera que quieras bien a quien te quiera
que de quererlo tanto has preferido no verlo
¿Y si se pierde? No importa, seguirás latiendo,
mas descansa un poco para tenerlo.
 
Corazón mío, que al ser feliz estés tranquilo
y en esa paz tomes las manos de alguien
por cuanto te perdiste hoy te encuentro,
durmiendo, mientras te espero despierto.
 
Corazón mío, sé que anhelas esos días
de reírnos tanto y dar una y mil vueltas,
mas si no vuelven no puedes detenerte,
que antes el morir que el volver a perderte.

lunes, 24 de agosto de 2020

Cierre


¿Qué significa configurar la propia soledad? Había leído tiempo atrás sobre la historia de Suga y su vida en Italia, y cuando mencionó esta idea me quedé absorto al punto de que nunca he dejado de pensar en ello. Configurar podría ser darle forma a algo, y en el caso de la soledad, transformarla en algo que podamos entender, y a través de ese entendimiento, lograr vivirla.

He necesitado darle una forma entendible a la soledad según las capacidades que he ido ganando y perdiendo en el tiempo, nunca podré renunciar a la soledad y nunca podré descansar de ella, lo supe cuando tenía aproximadamente ocho años, y no he tenido miedo a ese estado mental en la mayoría de mis días, para mi estar solo jamás llegó a ser algo necesariamente malo, e incluso me parece benéfico.

Refugiado en una naturaleza abundante, un estándar y un  hábito de vida privilegiado, esta sensación permanente jamás me generó un conflicto por sí misma, pero no es raro que tenga estados de melancolía, silencio y tristeza que lleguen a parecer permanentes, pero incluso en esos días he tenido la costumbre de sonreír, de reír, de jugar y de actuar como si todo estuviese bien, no hay necesidad de que el mundo se entere de lo que a uno le duele permanentemente.

Creo que en mi vida solo he contado tres veces en las cuales alguien ha podido notar que me encuentro mal o incluso enfermo en lo que a mi estado de ánimo corresponde, dos de esas veces se dieron este último año. Por eso necesité descansar, tomarme una pausa y mirar desde afuera, alejándome de todos, aunque eso también fuese doloroso, agotador e incluso decepcionante.

Mis primeras heridas surgieron por depositar mi confianza y equivocarme, nunca imaginé que alguien pudiese tener la intención o el descuido de herir a otra, ahora sé que las personas se hacen esto todo el tiempo ya que las relaciones humanas y el dolor son parte de lo mismo, lo supe al entender que querer a alguien hace que sus actos sean especialmente importantes.

Sin embargo, es probable que jamás hubiese notado mis sentimientos heridos y mi corazón roto por personas en las que había depositado confianza de forma consciente, con pleno entendimiento y por voluntad de hacerlo, y cuando eso pasó perdí las ganas de volver a confiar y de volver a reírme tranquilamente al lado de alguien,  incluso mi cuerpo volvió a dolerme como años atrás al punto de tener días en los que no quería levantarme.

Hubo una parte de mí alegre, que solía reírse todos los días largamente y que solía disfrutar de los más mínimos detalles, en esos momentos llegué a sentir que podía ser mi mejor amigo, al grado que los momentos de soledad eran más felices que nunca, aunque sabía que se debía a que había encontrado con quien compartir mi alegría, y que por tanto esta se multiplicaba.

Esa parte de mí hubo de morir, se despidió entre la frialdad de las personas y la monotonía que otorga una rutina impuesta para evadir el dolor, al enterrarlo anhelé con fuerza irme a un lujar lejano, donde la naturaleza abundara y el silencio tomara parte, donde no hubiese calor ni frío y el aire tuviese el aroma del rocío por la mañana, si estaba muriendo, deseaba el paraíso, y si el paraíso existía, debía ser así.

Finalmente desperté, pero no hubo nada de eso, sigo vivo, y me quedó el vacío, los días que no se dirigen a ningún lado y un tímido deseo de retomar una vida en la que podía distraerme, a fin de cuentas, hay cosas que nacen para ser tocadas, cosas que nacen para contemplarse y otras que nacen simplemente para ser olvidadas.

Estado Actual IV - Loin

Aquella vez tuve demasiadas preguntas y pocas respuestas, siendo incluso incapaz de sentirme tranquilo frente al lago favorito de toda mi infancia y rodeado de aquello que entendía como mi bienestar desde niño, bueno, sabía que parte de eso había muerto a lo largo de ese último año.

Incluso hoy, aquello que me produjo ansiedad y me impedía el sueño sigue sin estar del todo claro, probablemente sea uno de los peores cierres de diciembre que recuerde, una de las navidades menos alegres y uno de los estados de ánimo que espero nunca volver a tener.

En esos días pensé sobre lo inevitable que son los cambios en la vida, sobre el tiempo y el ritmo con el que trae las despedidas, que a veces llegan demasiado pronto, pero también están aquellas que llegan demasiado tarde. En aquellos días recordé que la pérdida de una cercanía podía dolerme más que la pérdida de una persona.

A través de los años había quitado el espacio para esas cosas al punto que gocé de una estabilidad y paz absoluta en la cual pude reconocer mi persona racional en todo su esplendor, y escogiendo a plena lógica hasta dónde quería que otras personas se viesen involucradas conmigo, no hubo nada que afectara mi ánimo, incluso pasando días sin hablar con nadie o cruzando tres comunas durante más de cuarenta minutos en metro, con la boca sangrando y sin nadie que me acompañara, no sentía el peso de la soledad en lo absoluto, pero esos días se tornaron infinitamente aburridos, aunque a veces los extraño.

Entre las cosas que odié de enfrentarme a mi lado más ansioso estuvo la incapacidad de poder comunicarme con éxito, de no saber hacerlo, de no ser escuchado, de ser omitido o simplemente de sentir que no valía la pena o que no habría de cambiar nada, que si no había logrado nada diciendo algo de una primera, segunda o tercera manera, una cuarta solo me traería más frustración, mientras lentamente volvía a sentir esa soledad a la que había vencido día a día por tantos años.

Hoy, mirando hacia el pasado y los últimos meses que he vivido, quiero recuperar desde mi estado físico hasta mis hábitos felices, porque por primera vez tengo una serie de objetivos trazados únicamente desde mis deseos y porque necesito lo mejor de mí para llegar a ellos.

Desde este contexto, espero algún día sentirme tranquilo y a salvo, poder dormir en calma y contar con un abrazo que no se condicione a los días ni se mueva desde la ambigüedad, pues habiendo vivido días tan alegres como jamás pensé que podrían estar reservados para mí, tuve probablemente la tristeza más grande que recuerde en mi adultez y vida cercana, y no estoy dispuesto a tener que jugar ese juego de suma cero cada vez que encuentre una fuente de felicidad.

Todavía anhelo la alegría de algunos días, y todavía siento miedo cuando pienso en la tristeza de aquellos otros, al grado de poder llorar al recordar a cualquiera de ellos.

Nada de lo que hubo de ser volverá a hacerlo, todo ha cambiado de forma definitiva, el egoísmo de algunas personas, el miedo de otras, mis defectos y el contexto mundial lo hacen indudable, solo deseo que aquello que deba permanecer en mi vida lo haga independiente de si debe cambiar de forma, incluso si debe tomar la forma que siempre debió tener y al precio que eso implique, espero que la pausa en la que estoy no dure mucho más, porque definitivamente quiero vivir.

martes, 18 de agosto de 2020

Empatía

Creo que no te entiendo, no del todo, pero no importa, seguramente estés recorriendo un camino que desconozco. Sin embargo, me quedaré con las pequeñas batallas que luchamos, aquellas que en realidad no fueron por otros, sino tal vez por nosotros, o mejor dicho, por mí, o por ti.

Creo que jamás podré ponerme en el lugar de otros, no del todo, no como quisiera hacerlo, y cuanto más quiera a alguien, cuánto más anhele comprender a alguien, más grande sentiré la distancia que me separe de ese entendimiento.

Claro que es imposible una empatía absoluta, lo fue desde el principio, lo es en todos los inicios, somos dos realidades diferentes, a veces nos ayudamos, a veces nos usamos, nos dañamos, pero nunca sabremos si nos entendemos.

En realidad, no deberíamos nunca pensar en entender a alguien, cuando juzgas a alguien bajo los estándares de tu propio mundo, de tu propia interpretación de la realidad, no es más que un acto de vanidad, creemos entender cómo se sienten otras personas viviendo otras vidas, y esperamos que con eso sea suficiente.

Es posible que haya momentos en la vida en que uno no tenga ningún amigo aún en todo el universo, pero aún en esos momentos deberíamos intentar tener empatía y respetar al otro.

A veces creo que las personas solo se protegen entre ellas porque se sienten solas, tal y como algunos protegerían el medioambiente por miedo a extinguirse.

Desde esta perspectiva todo acto humano no busca más que la gratificación personal, pero está bien y hay que aceptar esa parte de nuestra condición humana, pues no tendría sentido ocupar todas estas ideas solo para odiarnos.

Con todo esto, he pensado mucho en lo rápido que pasa el tiempo, en las cosas que han agitado mi corazón y que en un suspiro ya eran completamente lejanas.

Fue una persona, una vida, una forma de existencia que vi pasar al frente mío y partir… ¿Por qué me puse tan triste cuando eso ocurrió? Tal vez solo porque tengo suficiente tiempo para hacerlo, pero es también una de mis grandes riquezas, tener un corazón con el suficiente espacio para sentir estas cosas, es algo que definitivamente me hace querer vivir.

Nacemos en este mundo, y día tras día vamos construyendo nuestra propia versión de él, tratamos de entender lo que nos rodea sumando pequeños momentos de razón y calma, buscamos estar cerca de algo, anhelamos sentirnos cerca de alguien… hasta que se nos va la vida.

miércoles, 5 de agosto de 2020

Primavera y diferencias


¿Cómo diferenciaría el saber del entender? Lo digo porque aún sabiendo que son cosas distintas, yo mismo no había llegado a entenderlo. Sin embargo, tuve esas tardes en las que el calor golpeaba algunas horas hasta amainar y dar espacio a noches cálidas y amables, tuve una sonrisa y carcajadas, y conversaciones que nunca terminaron. En ese entonces llegué a saber que mi vida estaba cambiando para siempre, aunque vine a entenderlo mucho tiempo después.

En un parque enorme y bajo la sombra de árboles pequeños, contemplando el cielo con las nubes de paso lento, y disfrutando del silencio que a veces llega en las áreas verdes y los espacios abiertos, nos preguntamos sobre la felicidad, sobre la diferencia entre ser feliz y sentirse feliz, yo, en ese preciso momento pude contestar que tenía ambas cosas, aunque sabía que no iba a ser siempre así, y que estar teniendo esa conversación era en parte la razón de que respondiera eso.

Por ese entonces estaba volviendo a confiar en cosas que durante un tiempo pensé que había visto y conocido, pero que se me habían escapado luego de profundos dolores y grandes decepciones, fue su andar calmo y su interés despreocupado lo que me devolvió las ganas de creer, y esas ganas de creer me dieron espacio a reaprender y entender de una nueva forma ideas como la esperanza, la soledad, la compañía, el dolor y finalmente los frutos de todo ello.

Tengo la seguridad de que ese aprendizaje sigue desarrollándose en mi mente, cuando miro hacia atrás y pienso en esos días que me traen un bienestar profundo y el anhelo de volver a sentirme así, y darme cuenta que por primera vez en mi vida no estoy pensando en volver al pasado (ni a mi infancia) cuando pienso en volver a ser feliz, porque incluso en este momento en el que mi vida está en pausa, estoy pensando en volver a ser feliz, entonces sé que ya no soy el mismo.

martes, 21 de julio de 2020

Estado actual III


¿Puede ser que el querer algo o a alguien nos cambie tanto  y tan profundamente? Después de pensar en ello, creo que será imposible volver a los días en los que sin haber vivido ciertas distancias y alejamientos me consideraba más calmo, más frío, más desinteresado, pero que extrañamente me hacían menos tendiente a ser feliz y disfrutar de las cosas sencillas que traía el día a día, no veo por qué habría de volver a una versión mucho menos viva de mi persona.

En este contexto tan extraño, la soledad, la distancia, las despedidas, los términos y las reinvenciones han llenado mis días de forma copiosa (demasiado) y entre el cansancio y la preocupación que esto me ha producido he decidido observar con calma, y conservar junto a mí únicamente aquello que resista el paso del tiempo y no se vea afectado por la mezquindad o cobardía que alguien pudiese tener, si deseo enfrentar mis sentimientos solo tiene sentido rodearme de quien pueda hacer lo mismo.

Pero incluso con esto en mente se me hace inevitable desear recuperar o volver por ciertas cosas que en su momento me hicieron sentir tan pleno y feliz como para agradecer a la vida el seguir vivo, esos días de amor profundo, ahora reemplazados por momentos de soledad profunda (se siente como si con esto volviese tres o cuatro meses hacia atrás), parecen lejanos y me gustaría escuchar que no se han ido.

En algún momento de mi vida recuerdo haber sido consumido por una enorme nostalgia, la cual no encontró eco en ninguna de las personas con las que anhelaba revivir ciertos momentos, entonces, al encontrarme solo en ese deseo, me sentí estúpido y preferí callarme, de modo que de ahí en adelante no volví a extrañar nada en mi vida, y ahora, por primera vez, esto había dejado de ser así.

Estos sentimientos crecen más y más porque hay cosas que no pueden suceder ahora mismo, que no puedo ver ahora mismo, tengo toda esta tristeza que también me lleva hacia la ambición, pero teniendo clara gran parte de las cosas que anhelo, en este momento me encuentro preparando la forma de ir por ellas independiente del costo que esto tenga.

Anhelo los días de verano, el calor generoso, las mañanas tibias, las duchas a mitad de tarde, las caminatas previas a la medianoche, el reírme mientras camino libremente por la calle hasta llegar a ahogarme, tengo esa nostalgia por vivir y compartir la vida.

Frío, anhelos y esperanza


Soñar con algo sería completamente inútil si no empujara hacia algo posible, si no nos llevara a buscar lo que podemos alcanzar, eso diría la lógica, pero, ¿Es acaso posible solo aquello que está frente a nuestros ojos y posibilidades? Sin entender mucho del cómo se dan las cosas, no dudo en asegurar que no tenía la mínima intención de recorrer el camino que recorrí este último año, porque no me parecía que fuese posible vivir lo que finalmente viví, ni sentir aquello que llegué a sentir, pues cuando soñé con ello y le di forma en mi mente, lo guardé como un tesoro. Pero un día al contrastar lo soñado con lo vivido noté que se alcanzaban, de alguna manera, habiendo deseado algo con tanta fuerza, llegué a tenerlo, quizás incluso a tocarlo.

La soledad se vive cuando no tenemos con quién comunicar algo que es importante para nosotros, y se vuelve insoportable cuando frente a quien desearíamos comunicar algo importante debemos quedarnos callados y limitarnos, si acaso es posible, a observar. Habiendo vivido esto, el dolor fue grande, la injusticia evidente y el cansancio impensable, si pienso en esos días pienso en una pesadilla que pertenecía tanto al mundo de los sueños como todos mis anhelos, pero que se volvía tan real como para ahogarme.

La felicidad probablemente venga de compartir lo que a uno le alegra la vida y encontrar respuesta en la otra persona, compartir lo que hace que nuestro corazón tiemble y encontrar eco en el de alguien más, al punto que ambos se agiten con violencia, buscando marcar ese momento, la felicidad podría incluso significar para nosotros el compartir lo que agita nuestro corazón en la tristeza, pero encontrar respuesta, encontrar un lugar en el mundo, y que allá, donde alguien te extrañe y desee abrazarte, tengas un lugar al que llamar hogar.

Entre noches de frío, fogatas improvisadas y el silencio de una ciudad congelada frente a una situación histórica tengo la noción de haberme refugiado a leer y observar en distancia, como queriendo no molestar a nadie, como queriendo fingir que no estaba realmente ahí. Pero hubo veces en que el llamado a mi nombre me despertó del triste letargo de un aislamiento impuesto, esas noches, que se volvieron frecuentes, fueron parte de los últimos trazos de felicidad que recuerde, aunque sabía que habrían de terminar, sigo deseando que vuelvan para siempre.

Recuerdo y presente


De aquellos días recuerdo: el frío punzante,
la soledad callada, su aparición y sorpresa,
porque cuando ella llegaba a mi lado perdía
el frío y la calma, y ganaba remanso y su calor.

De aquellas noches tengo el aroma
de su cabello y su voz tan dulce
y la conciencia del adiós sabido
y de su partida siendo inminente.

Entonces finalmente lo hizo, tomar sus cosas e irse
mientras yo miraba el cielo, como siempre
a la espera de su llegada y el abrazo inexistente
y me quedé esperándola tal vez hasta hoy día.

Y además, habiéndose marchado,
llevó consigo recuerdos que yo había olvidado,
pero que al notar ausentes
volví a traer con tristeza.

De lo que era, de lo que vi, de lo que vimos
y qué no era, las calles vacías
de pronto llenas en la alegría,
y las tardes alegres hacia las noches vacías.

Y no pude, finalmente, desaprender lo vivido,
y siendo esto imposible, le extrañé
por su ausencia, que habiéndola dejado,
no me dejó dejar nada sin ella.

Y por eso, incluso luego de decir adiós,
hubo de volver numerosas veces,
al yo vivir aquello que ya había vivido,
pero en la ausencia que llama a sus recuerdos.

Entonces, volví a anhelar sonriente
esa alegría permanente,
la que fue, la que no ha sido,
y lo que he llegado a pensar.

Pensar en los días que han marchado,
soñar en los que son para esperar,
y los días que pretendo que se dejen alcanzar,
para alcanzar sus brazos y poder descansar.

viernes, 10 de julio de 2020

Luna de primavera y nubes que pasaron


¿Cómo veía el cielo en aquel entonces? Siendo plena primavera, la luna nocturna lucía ya con cierta claridad, al punto que me sorprendía cada vez que caminando de vuelta a casa podíamos mirarla, detenernos y sonreír un poco, ocultando el deseo de abrazarnos, hasta que alguna nube pasajera volvía aquella luz borrosa, dejándome una leve sensación de pérdida que me acompañaba hasta la oscuridad de mi habitación justo antes de dormir.

Esas caminatas, que tuvieron sus pausas, sus ausencias y su retorno, me traen el deseo de volver a reír y divertirme como en aquel entonces, si pienso en eso, tiene sentido decir que aquel verano tomó la forma de una libertad permanente y recuperar la alegría de la infancia sin sentir nostalgia o requerir la inocencia que hacía años había perdido.

Esa alegría de descubrir algo nuevo día a día, esa candidez de hacer las cosas solo por querer sentirse bien y hacer reír a alguien amado, colmándome solo de aquello que puede ser compartido, entendí que habían sido parte de mi y solo se habían adormecido en una época de soledad.

Ya fuese por aquella voz amable llamando a mi nombre, una sonrisa cálida que me daba la bienvenida a casa o el simple hecho de saber que estaría cerca, pero esos días me parecen lejanos e incluso ajenos, como parte de un sueño o una pausa que se fue junto a la nubosidad de aquella primavera, arrastradas por el viento, por el tiempo inevitable que trajo raudo el adiós del verano.

El otoño pasó y apenas pude ver sus hojas caer, de pronto me había quitado muchas cosas, y llegó el invierno.

Aquel otoño trajo muchas despedidas prematuras, el adiós de personas, ideas, emociones y hábitos que se parecían a la felicidad, me entregó el entendimiento de lo que es imposible y lo ubicó por sobre cualquier otro pensamiento,  luego, llegué a sentir que nada de lo que recordaba lo había vivido de verdad, o bien, que había estado sujeto a mi percepción más que a lo que realmente había pasado.

Durante años intenté entender la diferencia entre aquello que no podía cambiar, y que por tanto solo debía aceptar, y lo contrario, sin embargo, me faltaba saber que el poder hacer algo no implica que tenga que ser hecho, y por eso no me esforcé frente a hechos que me parecieron injustos, incorrectos o que derechamente no estaba bien: Porque a veces entregar esa libertad a los sucesos y las personas es la única manera de ver la verdadera naturaleza de estas, y porque contando con esa información supe un poco mejor qué cercanías mantener y qué distancias tomar.

Si volviésemos a esos días brillantes, a esas salidas espontáneas y esas risas sin retorno, ¿Volvería a disfrutarlas aún sabiendo cuál sería su final, abrupto y no explicado? No lo sé, si pudiese llorar tal vez traería parte de eso, podría ser más honesto, pero salvo eso, creo que nada cambiaría, un ser amado no es algo que puedas obtener solo con desearlo, ni que puedas perder porque alguien intente alejarlo.

domingo, 28 de junio de 2020

Generosidad


Mi padre, en un dejo de tristeza y resignación que de niño jamás fui incapaz de entender (aunque lo notaba) solía decir que “La mucha generosidad causa desprecio”, lo decía como cautivo de su propia naturaleza generosa, y en eso me hice adulto y comencé a entenderlo, cuando comprendí lo que era realmente la generosidad.

Siempre entendí que la generosidad era la capacidad de entregar desinteresadamente lo que uno tiene al otro, compartir lo propio aún si se trata de algo que uno mismo le hace falta.

A medida que descubrí eso, descubrí también que era normal que al acostumbrar a alguien a entregarle algo tangible, cualquier bien material, esto dejaba de ser un mérito y se convertía en una obligación, y pensé que había entendido a mi padre.

Luego, aprendí que la generosidad era también compartir el propio tiempo, escuchar, aconsejar, acompañar, estar pendiente, pensar en la otra persona incluso cuando se está solo, preocuparse y hasta afligirse junto a los pesares de alguien más, cuando noté que al entregar esto incondicionalmente llegaba a ser poco valioso, pensé que había entendido a mi padre.

Luego, aprendí que la generosidad era también entregar lo mejor de uno, la paciencia, el buen humor, la bondad, los talentos al servicio de la felicidad de otro, el querer compartir lo que uno hace bien, y lo que a uno lo hace feliz, cuando descubrí que esto dejaba de ser comprendido como un regalo cuando se hacía con frecuencia, llegué a entender realmente a mi padre.

Ahora, quisiera llegar hasta ahí, y no encontrarme con otra verdad igual de dolorosa, ya fue suficiente.

Aquello que no quisiera creer


En lo poco que quedaba de mi persona ingenua, confiada e inocente, guardaba la esperanza de que encontrando un lugar donde todas las cosas que hiciera me mantuviesen a gusto, podría sentirme suficientemente tranquilo como para poder elegir con calma cómo seguir adelante, pero no fue así.

En el momento en el que sentí que había alcanzado la plenitud de una forma de entender la vida, sentí la necesidad urgente de salir de ahí y seguir explorando, como si estuviese desperdiciando mis días, y fue la irrupción de sentimientos como el amor y la amistad los que me hicieron sentir que podía quedarme un poco más, aunque ahora me pregunto para qué.

Creo que la idea fija de dejar todo atrás y volver a partir de cero con mi vida es un síntoma inequívoco de que todavía no he encontrado lo que estoy buscando, pero, ¿He estado realmente buscando algo? Probablemente no, o al menos no de forma concreta y personificada, ya que siempre me he negado a alojar mis aspiraciones en un lugar, una actividad, una persona o algún tipo de relación, y siempre he considerado que mi búsqueda se debe basar en alcanzar una forma de mi persona que sea capaz de ser feliz de la manera más sencilla posible.

Puede que sea eso, o que en el fondo tenga el temor de que de buscar algo concreto, como podría ser una persona, nunca encuentre nada, finalmente, no tiene sentido buscar algo en lo que no se cree, como podría ser el respeto o el amor recíproco.

He llegado a sentir que gran parte de las cosas que he vivido hasta ahora han sido pasajeras, olvidables y por tanto intrascendentes, lo que tampoco es del todo cierto, pero se han vuelto algo así cuando a lo largo del tiempo no han sido capaces de demostrar que sean perdurables por su propia naturaleza, y en el caso de muchas personas que he llegado a conocer, por la nula garantía o interés de quedarse realmente a mi lado, y por tanto, ¿Por qué debería esperar que así fuese?

Tal vez me bastaría con un lugar lo suficientemente tranquilo como para alojar personas que no tengan interés en hacer un juicio permanente y sí en aprender a aceptar, que respeten lo que llegue a hacer, no hacer, sentir o no sentir, y a través de eso, respeten a mi propia persona. Hay formas y actos que describen perfectamente lo que uno es, cualquier falta de respeto o burla a ellos es a fin de cuentas una burla directa a la persona, ¿Por qué debería uno aceptarlo? Pero a su vez, ¿Por qué debería uno tener que explicar algo tan básico como el respeto por los sentimientos del otro?

O tal vez solo me bastaría con entender por qué las personas manejan tan bien el arte de la cercanía y la distancia, a veces siento que actúan solo pensando en la conveniencia propia, acercándose cuando se les antoja y alejándose cuando les parece conveniente, sin tener un mínimo miramiento por los sentimientos del otro, pensando siempre en subsanar la propia soledad, de forma autocomplaciente y para expiar algún sentimiento de culpa.

Ah, quizás mis ganas de volver a reiniciar mi vida tengan que ver también con todo esto.

Pensándolo profundamente me ha costado mucho dormir durante los últimos meses, no se me hace raro irme a la cama con un dejo de tristeza o nostalgia, pero estar enojado debe ser la peor instancia para descansar.

jueves, 25 de junio de 2020

Aquello que no es suficiente


Aceptar menos de lo que quieres finalmente te lleva a recibir menos de lo que mereces, habiendo tenido esto en mente desde hace años, llegué a realmente entenderlo en el último cuando, impulsado por circunstancias que apenas lograba dimensionar, noté que muchas veces me negaba dejar en claro qué es lo que quería por miedo a finalmente no recibir nada, pero que cuando lo hice, esa nada era mucho mejor que un escenario en el cual tuviese menos de lo que esperaba, menos de lo que quería, menos de lo que merecía y mucho menos de lo que me haría sentir tranquilo y conforme.

Si pudiera volver a andar gran parte del camino que me ha traído hasta acá, no sería capaz de asegurar que haría todo tal cual, que ocuparía mis pensamientos de la misma manera ni compartiría lo que es mío con la misma disposición, probablemente el tiempo a solas y el tiempo compartido tendrían una lógica muy distinta. Aunque tengo claro que hacer esto me quitaría todo el aprendizaje, y eso me llevaría a cometer los mismos errores, incluso sabiendo eso, me gustaría hacer algo por las veces en que no me sentí lo suficientemente inteligente.

Tengo la sensación de extrañar desde la distancia días que nunca van a volver, no lo harán porque quienes participaron ya se han ido, incluyendo a quién era yo en ese entonces, porque no tiene sentido pasar por caminos de los que ya no hay nada que obtener, porque ya no puedo ver el mundo con esos ojos, porque a veces creo que era la única persona que consideraba esos días algo tan especial, porque en algunos de esos días acepté menos de lo que quería, y luego de todo ello, no estoy dispuesto a sentirme estúpido nuevamente.

Hay sentimientos que no alcanzan, ni a completar la propia felicidad al ser recibidos ni a tocar el corazón de la persona para los cuales han nacido, y son estos los que a su simple paso nos quitan entendimiento y luego certezas sobre la vida, sobre lo que se desea y lo que realmente se llega a obtener.

Se habrá terminado

En días de lluvia que vendrá
en días de tormentas como esta
¿Te quedarías conmigo?
pues eso hubiese querido.

Si no lo haces, estará bien
pero entonces no querré otra cosa.
¿Te quedarías conmigo?
si no lo haces me habré rendido.

Lo que quiera será lo mismo
bien si llueve y te vas
o en la tormenta te quedas
aunque no vuelva a decirlo.

En días de lluvia que vendrá
tal vez piense en que te has ido
y cuando el sol vuelva a la carga
si vuelves habré partido.

Pero no digas que no dije
lo que anhelaba contigo
sabiendo bien que te quise
sé también lo que he querido.

Lo que he querido pensé
pensé para poder decirlo
y luego al decirlo descansé
y ya no quiero revivirlo.

lunes, 22 de junio de 2020

Aprendizaje, amor, amistad y separación

Equivocarse va mucho más allá de errar en las consideraciones que uno tiene frente a un suceso, a veces significa un análisis errado frente a cosas que no han sucedido. No había terminado de comprenderlo pero se me hizo fácil al notar una sonrisa al frente mío, una que me arrancó impulsos de alegría y vida en un momento en el que me había alejado completamente de esas ideas, fue la primera vez en más de cien días que me sentía realmente vivo, y que volvía a tener interés en lo que estaba frente a mis ojos.

Entendí que yo no podía adivinar del todo cómo reaccionaría frente a cosas que no habían pasado, que no tenía cómo saber lo que pasaría apenas cinco minutos después de dónde estaba, y que por tanto las emociones que me traería el futuro no estaban acotadas a las alegrías o el dolor que ya hubiese vivido.

Cuando la vi, yo ya había aprendido a desconfiar y tenía la determinación de ocupar esa idea como una forma de relacionarme frente a otros, pero esa idea también se cayó a pedazos al entrar en contacto con ella y la delicadeza de su trato descuidado, negarme a percibir esas cosas suponía negarme a percibir el propio mundo y lo real, y entonces entendí que la idea de encerrarme en mi persona era el camino directo a no entender la realidad, y no quería eso.

Mi concepción de lo que es la bondad, la inocencia, la maldad y la torpeza se vieron trastocados como cada vez que conoces a una persona que despierta tus emociones y te genera cercanía, pero a diferencia de otras veces, no era capaz de llegar a nuevas conclusiones, salvo el que no podía buscar certezas en algo tan variable como el comportamiento humano, diría que me llevó a renunciar al intentar entender cada cosa, y a aceptar que el amor, el cariño y la amistad se basan en aceptar esa incertidumbre, incluso si nos causa más daño y dolor.

Yo, que hacía tiempo atrás había considerado que el aprendizaje ya no era suficiente recompensa luego de conocer a alguien y no era consuelo suficiente cuando alguien se iba de mi vida, confirmé que ese era mi más sincero deseo, y que por más que esté acostumbrado a perder o ver marcharse a personas que amo, no es algo que quiera vivir más, pero a su vez me di cuenta de que me falta demasiado por aprender,  y que por tanto va a seguir sucediendo, y como una constatación de hecho, no estará ni bien ni mal, simplemente será.

La primavera, sus colores y risas



Eran tardes que llegaban algo más rápido que en invierno y a veces tan cálidas como en el propio verano. Aquella primavera me entregaba numerosas preguntas y mucho tiempo para caminar y pensar, y luego me encontraba con ella al lado mío, llena de vida, con una sonrisa permanente, mostrando alegría en cada parte de su rostro y en lo inmediato de su mirada, entonces no existía pesar alguno que pudiese evitar que me riera sin parar.

Siendo imposible saber exactamente lo que había acontecido en su vida apenas cinco minutos antes de verla, no podía dejar de suponer que la alegría con la que le encontraba venía de verme, pues yo me sentía especialmente contento de verla.

Ella se veía mejor que todos incluso en los días más dolorosos, justo ahí donde todos mostraban hastío e incluso desazón, ella chispeaba tanta vida como para saltar a la par mía, ella era lo que yo llamaba compañía, y se fue convirtiendo en lo que llamaría compañera.

Esa primavera, y parte del verano que trajo, se convirtieron en un recuerdo lejano muy parecido a la felicidad, una felicidad desprendida de mi infancia y aún así tan limpia y sincera como lo sería una alegría de mis primeros años, probablemente, porque estaba descubriendo una parte de la vida que apenas sabía que existía.

Viviendo vidas que se empiezan a recorrer distantes y se alejan constantemente, la extraño tanto como para estar dispuesto a deshacer parte del camino andado con tal de verla una vez más o escuchar su risa resonando junto a la mía, pero me imagino que estos pensamientos llegan justamente por saber que eso no es posible.

sábado, 13 de junio de 2020

Límite


Todo material tiene un límite de elasticidad lineal, recuerdo haberlo estudiado con detalle en la Universidad, haber experimentado con ello y haberme admirado del cómo prácticamente cualquier cuerpo podía sufrir deformaciones bajo esfuerzo y estrés, y recuperarse, y a su vez, que superado cierto límite de sobrecarga, quedaba roto y completamente inútil.

¿Cuál es el límite de sobrecarga de una persona, de sus capacidades, de sus emociones o incluso de sus principios? ¿Cuál es la alerta sobre estar acercándose a ese límite? Llevo toda una vida intentando aprender sobre eso.

Por todas las veces que he pasado noches enteras sin dormir por el enojo, la soledad, una mezcla de ambas o simplemente la decepción del género humano, por todas las veces que finalmente no he encontrado nada de lo que necesitaba, he concluido que no puedo seguir buscando para siempre, que quizás he pasado el límite de deformación, y solo quedan trazas inútiles de lo que entendía de mi propia persona.

Había pasado muchos años sin el impulso de mandar todo a la mierda y recuerdo haber deseado no volver a sentir eso jamás, pero este tipo de cosas no están siempre bajo nuestro control ni responden a nuestro deseo.

Aunque no he encontrado nada de lo que esperaba o creía necesitar, puede que en esas semanas de buscar una soledad profunda solo buscara recuperar la libertad, puede que el exceso de bondad sea una prisión para el alma.

Creo que buscar equidad en las relaciones con el otro es algo justo, creo que tiene valor y es un símbolo de valoración propia esperar lo mismo de vuelta cuando se trata a otras persona, y yo, por tanto, he determinado que estoy cansado, y que prefiero declarar por inútiles ciertos valores y principios, que llegar a un punto en el que me rompa yo mismo, y que no tiene sentido cumplir con cierta definición de bondad a cambio de nada.

miércoles, 3 de junio de 2020

Fuego y otoño


¿Qué es realmente sorprenderse? Nunca me lo había preguntado, pero lo entendí de golpe al darme cuenta de que en este mundo había una mujer, una que parecía algo completamente nuevo para mí, parecía que fuese la primera vez que conocía a una persona que viviera en mi mundo, por lo menos eso llegué a sentir. Ella fue esa parte de mí que había perdido en algún momento, y conocerla fue como reencontrar lo que había extrañado durante toda mi vida.

Cuando la vi, yo ya había vivido lo suficiente como para saber que las personas se hieren continuamente unas a otras, y por tanto, validaba mis dudas completamente, pero a su vez, descubrí que vivir sin ser capaz de confiar en nadie era equivalente a negarse a sentir amor por alguien más, es tan fácil herir y ser herido, que por lo mismo no podía lastimar a alguien cargándole culpa de mis dolores de la juventud.

Hasta ese entonces, distinguía a dos clases de personas, las que sonríen porque se sienten felices y las que sonríen para hacer ver a los demás que son felices, pero cada vez que me encontraba con ella sentía que sonreía para hacerme feliz justamente a mí, y para cuando me analicé, estaba haciendo lo mismo por ella, y entonces, apenas sin darme cuenta, estaba asumiendo que éramos felices si estábamos juntos.

Existen cosas cuya belleza radica en el simple hecho de no poder poseerlas, o mejor dicho, su belleza es justamente el hecho de no ser alcanzables, a su vez, existen cosas cuya belleza radica en su capacidad de acompañarnos permanentemente… ella era una compañía segura pero que no podría alcanzar de forma permanente, oscilaba entre dos tipos de belleza que no podían coexistir, como nosotros el uno al lado del otro.

Tengo la certeza de que no podía ser de otra forma, por eso lo único en lo que pensé al final fue en descansar, ya no había nada por lo que luchar, ni nada que intentar cambiar, aquel adiós fue lento y equívoco, pero absolutamente sin retorno, sus recuerdos se consumieron como un cigarrillo después del sexo o el último carbón de una fogata... fue un calor absurdo que cerraba algo hecho para morir.

domingo, 17 de mayo de 2020

Tiempo



Tan orgánicos como temporales, habitamos en este entorno de presentes, pasados y futuros, y el paso de los días nos hace también pasar de nosotros mismos, de lo que pensamos, lo que creemos y finalmente lo que sentimos, hay un leve adiós a ello en cada anochecer.

Ese temor a despertar habiendo perdido algo termina dejándonos noches sin dormir, y fatigas que se acumulan debajo de nuestra mirada, y de nuestras sonrisas.

Esa leve sensación de pérdida no cesa jamás, porque la vida la trae consigo por el mero hecho de existir, y sus ganancias son de hecho un intercambio justo y de compensación, en el que desarrollamos el hábito del agradecimiento al descubrir elementos nuestros en esta vida.

A veces, este largo pasillo resuena silencioso y frío, con un brillo incómodo en cada tañer de  nuestros pasos, a veces, también suena a melodías, paz y calidez, y tal vez solo basta con ubicarnos del lado correcto del tiempo.

sábado, 16 de mayo de 2020

Cosmonauta


Hubo, en algún lugar de este mundo, alguien que viajó mucho más allá de lo que veía o imaginaba, cuando emprendió su viaje lo hizo sin apenas saberlo, pero lo entendió al encontrarse en escenarios y formas totalmente desconocidas.

Este viaje le entregó alegría y plenitud, y sintió que había encontrado su lugar mucho más allá de su hogar, aunque eso le traía una sensación de ausencia y no pertenencia que se acallaba con las fuertes risas que cada sorpresa le arrancaba.

Sin embargo, los viajes se llaman así porque tienen un inicio y un término, y muchas veces un retorno al punto de partida, por lo que un día el cosmonauta finalmente regresó, pero salvo la inmensidad y la soledad de su viaje, sentía no haber obtenido nada.

Sin ser capaz de explicar lo que había visto, y lo que había interpretado, el vacío se le hacía más y más evidente desde la quietud de su hogar.

Tal vez la tierra, sin grandes estrellas ni infinitas posibilidades, parecía dolorosamente intrascendente, y puesto que estuvo viviendo en un sueño, llegó al punto de olvidar cómo vivir, o más bien a olvidar el cómo vivía, y por consecuencia, el quién había sido durante lo que había sido su vida (la real y permanente).

Mientras construía visiones perfectas en su mente, recordó sus anhelos de libertad y tranquilidad, y entendió por qué había regresado, porque había entendido que la libertad es, primero moverse junto con nuestra voluntad, pero segundo llegar a entender hacia dónde nos movemos.

El cosmonauta finalmente decidió que no tenía sentido volver al espacio, dejó de creer en las estrellas, porque dejaron de parecerle hermosas, pero a pesar de eso, durante un tiempo estuvo obligado a verlas a diario.

Aunque no entiende por qué las cosas pueden tomar carices tan irónicos, y tiene la sensación de que la gran mayoría de los viajes que hizo fueron inútiles, ahora puede ver más allá del cielo (porque ya lo conoce) y dormir tranquilamente.

A fin de cuentas, hay cosas hechas para ser tocadas, otras hechas para ser contempladas y algunas únicamente hechas para ser olvidadas.