De aquellos días recuerdo el frío, las noches leyendo al
exterior, el silencio de una ciudad pausada desde hacía semanas, algunas fogatas
improvisadas, y cómo esa sensación escondida de distancia frente a los otros
tomó parte de mí hasta transformarse en la soledad más dolorosa que mi memoria
reciente pudiese traer a la mente.
Llegando a sentir que había perdido mucho más de lo
deseado, creí que solo me quedaba el camino de recordar todo, como si el futuro
ofrecido no tuviese mayor importancia, y en mi cabeza creció la idea confusa de
que los mejores días de mi vida ya habían pasado, ya no estaba tan acompañado
como antes, ya no me sentía así incluso con las mismas personas a mi lado, y sin
importar cuánto quisiera o amara a alguien, cada uno habría de seguir su
camino, sin retorno, sin espera, sin esperanza. Era como vivir un luto antes de
que la partida fuese real, como si me fuese a estrellar contra el suelo y empezara
a dolerme desde antes. Aunque lo que vino fue distinto, fue igual de difícil.
A veces intentaba salir a caminar pensando en sentirme
más calmado, ya que el transitar por espacios abiertos solía ser una ayuda,
pero en esa época la ciudad y la soledad parecían la misma cosa: un pasillo
helado e interminable donde no llegaba ni toda la luz ni la calidez que necesitaba,
donde podía ver a lo lejos como otros daban vueltas que nada tenían que ver con las mías, y donde mi ir y venir no tenía trascendencia alguna, nada cambiaba,
todo era estático.
La ciudad arrojaba sus luces difuminadas muy muy a lo
lejos, aunque algún foco lejano a mi casa alteraba incluso la visión de la
noche, se me hacía lejana, yéndome a dormir con la permanente duda de si podría
con toda aquella confusión, podía pasar noches en total vigilia, mientras intentaba
sonreír al día siguiente.
Voy a describir la soledad como una prisión sin fronteras, de la cual no llego a escapar justamente por su inmensidad y por no haber sido nunca capaz de ver dónde empieza ni dónde termina, como un pasillo donde los pasos resuenan en un eco metálico y totalmente inhumano, lejano, distante, donde solo se ven las siluetas de aquellos que transitan por el mismo lugar pero en direcciones completamente distintas, donde cada cierto tiempo existen correderas de sillas para descansar de dar pasos que no nos dirigen a ninguna parte.